Último
día en casa antes de partir. Paso la mañana haciendo el petate
parsimoniosamente, lentamente, acojonadamente. Llega la hora. He de
ir a Barcelona, el tren sale a las seis y antes he de pasar de nuevo
por el cuartel de Intendencia. Espero que no esté por allí el
pelotón de ejecución, ya formado. Me despido de la familia.
Lágrimas. Más acojone. Cojo el BS y me bajo en Marina. Camino por
la Meridiana hacia la Ciutadella. Voy vestido de paisano, pero el
petate me delata. Soy un montón de mili con patas. Desde la terraza
de un bar, un grupo de gente me contempla. Es gente normal que
seguirá llevando una vida normal. Mi normalidad quedará secuestrada
a partir de esta tarde durante un año.
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