Es
lo que tiene Internet, un día que no sabes qué hacer empiezas a
teclear en Google nombres de gente a la que hace años, muchos años,
que no ves o que no sabes de ellos o ellas. Y eso me pasó a mí con
el Tío Tirantes. No pude resistir la tentación, tecleé su nombre y
apareció su perfil de Facebook.
Era
él, sin duda. Allí estaba su foto, con su careto de tortuga,
treinta años más viejo y con el pelo blanco. A pesar de sus
estudios, la puta crisis lo había atrapado de lleno. Se definía
como empresario autónomo (no daba detalles de su actividad
económica, tal vez instalara interfonos), con muchos años de
trabajo y estudio (ya ves) y con ganas de trabajar y ser útil. La
realidad era otra: tenía pendiente una hipoteca de 300.000 euros -el
puto chalet en la urbanización pija-, y en venta un Mercedes 4x4
espectacular. Debía disponer de mucho tiempo libre, ya que su muro
estaba repleto de peticiones de firmas para reivindicar las causas
más nobles y también las más inútiles: parar los desahucios,
evitar el cierre del Monasterio de El Escorial, regular los alimentos
con grasas “trans”, pedir aceras anchas para que pudiesen
transitar los discapacitados en sus sillas de ruedas, instar al
gobierno a subvencionar la vacuna contra el meningococo B, exigir la
dimisión del gobierno (después de subvencionar la vacuna,
supongo)...
En
fin, puta vida.
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