Una
noche de invierno la furrielería estaba especialmente concurrida.
Además de los tres furrieles -Beasaín, Miguel y yo- había unos
cuantos miembros del reemplazo 80-1º, los bisabuelos de la época: Piñas,
el Cabo Blanco, el Fitty... Hacía más de media hora que habían
tocado silencio, la batería dormía -o se suponía- y contraveníamos
todas las normas, pero el primero en contravenirlas era el
suboficial de semana, el cabo primero Alcira, que con nosotros
estaba. Hablábamos, murmurábamos y todo eso, cuando alguien
llamó a la puerta. Silencio. Abrimos. Era el imaginaria.
El Tío Tirantes.
-
¡Hombre, qué bien os lo pasáis! ¿Puedo pasar? -preguntó cuando
ya estaba dentro-.
Un
guri normal, aunque fuera el imaginaria, no se habría atrevido jamás
a entrar en la furrielería sabiendo que había gente de reemplazos
anteriores. Pero el Tiri no era normal. Cogió una silla, se sentó y
fue el centro de la reunión. No sé quién hablaba de coches.
-
Huy, yo corro mucho con el coche. Cuando llego a
ochenta mi madre me dice que frene.
El
Fitty decidió profundizar en el tema:
-
¿Y qué coche tienes?
-
Un 124.
-
¿De los de ferule?
-
¿De ferule? No. Me parece que no.
-
¿Seguro? Mira que todos los 124 llevan ferule de serie.
-
Pues el mío no tiene. ¿Qué es el ferule?
-
Está debajo del acelerador.
-
¿Debajo del acelerador?
-
Sí. Tú aceleras. Y cuando llegas a los 100, quitas el pie del
acelerador y lo pones debajo, y entonces pisas el ferule,
que mantiene la velocidad del coche pero ahorrando combustible.
Pero claro, si no pasas de ochenta, nunca lo has utilizado.
El
Tío Tirantes se iba adentrando cada vez más en los terrenos de
la candidez castrense. Pero cuando vio al suboficial de semana, Alcira,
una especie de brujo medieval antiguo que jamás se reía, caerse de culo al suelo preso
de un ataque de risa, se le encendió la bombilla.
-
Huy, no sé, me parece que me estás tomando el pelo.
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