viernes, 5 de febrero de 2016

Navidad y otras fechas 6

El primer día del nuevo año pasó con más pena que gloria. Miguel volvió al cuartel el día 1 a retreta. Al menos ya no estaba solo en la oficina, aunque la quemazón de Miguel era considerable. Estaba casado, y cada día en el regimiento le iba desgastando un poco más. Tampoco había disfrutado de un permiso de navidad propiamente dicho, sino de dos rebajes por nochebuena y nochevieja, y poco más.
Un aspecto positivo es que al ser viernes, se produjo el relevo del suboficial de semana. Salió Urco y entró el sargento Eustaquio. Con él las semanas eran tranquilas, ya que él era un hombre tranquilo y razonable. Sólo tenía un defecto, que era militar, pero a veces hasta nos olvidábamos de eso. El día 5 de enero, a media mañana, entró en la oficina donde vegetábamos Miguel y yo.
        - Furrieles, ¿que previsión hay de movimiento de personal en la batería estos días?
La pregunta nos pilló de sorpresa.
       - Pues... a ver, hoy es martes, mañana es día de Reyes y este fin de semana no hay ningún rebaje previsto, mi sargento. Hasta el domingo día 10, que vuelven los que se fueron de permiso por nochevieja, no está previsto que se incorpore nadie. 
       - Vamos a ver -dijo el sargento-, ¿os interesa marchar a casa hasta el domingo?
Esta pregunta aún nos pilló más de sorpresa que la anterior.
      - Por supuesto, mi sargento. Pero la furrielería se quedaría sin nadie. 
      - No os preocupéis, eso es cosa mía. Preparadme todos los estadillos de retreta y de diana hasta el domingo, con las previsiones que tengáis de altas y bajas, que parece que no habrá ninguna. Vosotros os vais y yo me ocuparé de la oficina.
Aquí ya nos quedamos pasmados, al borde de la embolia.
       - Pero... -Miguel no se atrevió a hacer la pregunta clave. “¿Usted sabrá hacerlo, mi sargento?”. Y yo tampoco la hice, por supuesto. El sargento nos leyó el pensamiento 
       - He sido furriel antes que sargento, no os preocupéis por eso. Por lo que sé, los servicios ya los ha puesto el sargento primero, ¿verdad?
       - Sí, como siempre.
       - Pues venga, cuanto antes me preparéis los estadillos, antes os vais.
En la siguiente hora, la oficina registró una actividad frenética. En un tiempo rècord, Miguel y yo le confeccionamos al sargento Eustaquio nueve estadillos de retreta y diana. Cuando ya estábamos a punto de acabar, entró en la oficina el pájaro de mal agüero que nos jodería el día y el plan del sargento. Un cabo de la Plana Mayor de Mando entró con un papel en la mano.
        - ¡Furris, que mañana os toca furriel de día!
Miguel y yo nos quedamos en blanco. Mañana nos tocaba furriel de día. Cada ocho días nos tocaba este servicio, y no habíamos caído en ello cuando el sargento nos propuso que  la oficina corriera de su cuenta. En el Regimiento había ocho baterías. Por riguroso orden, cada día le tocaba a una el servicio de furriel de día. El servicio comportaba una serie de obligaciones: ir a buscar el pan del desayuno al cuartel de Intendencia, antes de diana; volver al mismo sitio a media mañana a por el pan de la comida y la cena; pasar a máquina todos los partes de entrada y salida que hacían los de la SV (Servicio de Vigilancia) en la puerta del cuartel... Y poco más, pero para eso se necesitaba como mínimo un furriel en la oficina. Y eso no podía hacerlo el sargento, que ya era suboficial de semana. Se lo comunicamos.
        - Vaya. Pues es una pena. Uno de vosotros se ha de quedar, pero el otro puede irse, con uno hay más que suficiente, ¿verdad? 
        - Sí, mi sargento
        - Pues os arregláis entre vosotros, a mí me da igual quién se queda y quién se va.

Cuando nos quedamos solos, Miguel fue el primero en hablar.
        - Vete tú -me dijo-. 
        - No -respondí-. Vete tú, yo acabo de volver de permiso. Tú no has tenido un permiso de navidad en condiciones.
        - Es igual, tío. Vete tú. Vives más lejos y con los permisos que llevas estas últimas semanas, hasta Semana Santa como mínimo no vas a pillar ninguno más. Yo tengo más posibilidades de pillar alguno pronto, y me licencio antes que tú. Y a mala leche le pediré permiso al sargento y me iré de escapada a casa el sábado y el domingo. Vete tú, de verdad.
          - Bueno, muchas gracias, Miguel. Eres un tío genial.
          - Déjalo, aquí hemos de ayudarnos, ya nos putean bastante los otros.

Así que acabamos de organizar los estadillos y avancé todo el trabajo que pude para que Miguel no hiciera gran cosa, aparte de aburrirse y quemarse más. Antes de subir a comer, mi compañero revisó el cuadrante de servicios.
          - ¿Hasta cuando te ha dado permiso el sargento?
          - Hasta el domingo, tal como nos ha dicho esta mañana.
          - Pues has de volver el sábado. Urco te ha puesto guardia el domingo
          - ¡Joder!
          - Consuélate, te la ha puesto de Baterías. Podrás dormir todo el día.
Ese fue mi regalo de Reyes por parte de Urco, una guardia de Baterías. Después de comer cogí el petate dispuesto a marcharme. Antes tuve que presentarme al oficial de guardia para que me autorizara a salir del cuartel, ya que aún no era la hora de paseo.
Estaba de guardia el teniente López, de la Cuarta Batería, un tío que solía hablar con el perro del cuerpo de guardia, un sarnoso y mugriento pastor alemán que debía estar allí desde los tiempos del Gran Capitán. El perro era un ser inteligente y jamás respondió al teniente.
         - A la orden, mi teniente. Solicito permiso para salir del Regimiento. 
          - ¿Te vas de permiso? - me preguntó mientras miraba los pases correspondientes-. ¿Hasta el domingo?
          - Hasta el sábado. El domingo entro de guardia
          - Ah, eso ya me gusta más
          - ¿Serás cabrón? - pensé para mis adentros sin decirlo para mis afueras, por supuesto.
          - Pues hala, ya te puedes ir.
          - A la orden, mi teniente.
Y salí zumbando hacia la estación de la RENFE, antes de que alguien se arrepintiera de algo y me afectara directamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario