El primer día del nuevo
año pasó con más pena que gloria. Miguel volvió al cuartel el día
1 a retreta. Al menos ya no estaba solo en la oficina, aunque la
quemazón de Miguel era considerable. Estaba casado, y cada día en
el regimiento le iba desgastando un poco más. Tampoco había
disfrutado de un permiso de navidad propiamente dicho, sino de dos
rebajes por nochebuena y nochevieja, y poco más.
Un aspecto positivo es
que al ser viernes, se produjo el relevo del suboficial de semana.
Salió Urco y entró el sargento Eustaquio. Con él las semanas eran
tranquilas, ya que él era un hombre tranquilo y razonable. Sólo
tenía un defecto, que era militar, pero a veces hasta nos
olvidábamos de eso. El día 5 de enero, a media mañana, entró en
la oficina donde vegetábamos Miguel y yo.
- Furrieles, ¿que
previsión hay de movimiento de personal en la batería estos días?
La pregunta nos pilló de
sorpresa.
- Pues... a ver, hoy
es martes, mañana es día de Reyes y este fin de semana no hay
ningún rebaje previsto, mi sargento. Hasta el domingo día 10, que
vuelven los que se fueron de permiso por nochevieja, no está
previsto que se incorpore nadie. - Vamos a ver -dijo el sargento-, ¿os interesa marchar a casa hasta el domingo?
Esta pregunta aún nos
pilló más de sorpresa que la anterior.
- Por supuesto, mi
sargento. Pero la furrielería se quedaría sin nadie. - No os preocupéis, eso es cosa mía. Preparadme todos los estadillos de retreta y de diana hasta el domingo, con las previsiones que tengáis de altas y bajas, que parece que no habrá ninguna. Vosotros os vais y yo me ocuparé de la oficina.
Aquí ya nos quedamos
pasmados, al borde de la embolia.
- Pero... -Miguel no
se atrevió a hacer la pregunta clave. “¿Usted sabrá hacerlo,
mi sargento?”. Y yo tampoco la hice, por supuesto. El sargento
nos leyó el pensamiento
- He sido furriel
antes que sargento, no os preocupéis por eso. Por lo que sé, los
servicios ya los ha puesto el sargento primero, ¿verdad?
- Sí, como siempre.
- Pues venga, cuanto
antes me preparéis los estadillos, antes os vais.
En la siguiente hora, la
oficina registró una actividad frenética. En un tiempo rècord,
Miguel y yo le confeccionamos al sargento Eustaquio nueve estadillos
de retreta y diana. Cuando ya estábamos a punto de acabar, entró en
la oficina el pájaro de mal agüero que nos jodería el día y el
plan del sargento. Un cabo de la Plana Mayor de Mando entró con un
papel en la mano.
- ¡Furris, que mañana
os toca furriel de día!
Miguel y yo nos quedamos
en blanco. Mañana nos tocaba furriel de día. Cada ocho días nos
tocaba este servicio, y no habíamos caído en ello cuando el
sargento nos propuso que la oficina corriera de su cuenta. En el
Regimiento había ocho baterías. Por riguroso orden, cada día le
tocaba a una el servicio de furriel de día. El servicio comportaba
una serie de obligaciones: ir a buscar el pan del desayuno al cuartel
de Intendencia, antes de diana; volver al mismo sitio a media mañana
a por el pan de la comida y la cena; pasar a máquina todos los
partes de entrada y salida que hacían los de la SV (Servicio de
Vigilancia) en la puerta del cuartel... Y poco más, pero para eso se
necesitaba como mínimo un furriel en la oficina. Y eso no podía
hacerlo el sargento, que ya era suboficial de semana. Se lo
comunicamos.
- Vaya. Pues es una
pena. Uno de vosotros se ha de quedar, pero el otro puede irse, con
uno hay más que suficiente, ¿verdad?
- Sí, mi sargento
- Pues os arregláis
entre vosotros, a mí me da igual quién se queda y quién se va.
Cuando nos quedamos solos,
Miguel fue el primero en hablar.
- Vete tú -me dijo-.
- No -respondí-. Vete
tú, yo acabo de volver de permiso. Tú no has tenido un permiso de
navidad en condiciones.
- Es igual, tío. Vete
tú. Vives más lejos y con los permisos que llevas estas últimas
semanas, hasta Semana Santa como mínimo no vas a pillar ninguno
más. Yo tengo más posibilidades de pillar alguno pronto, y me
licencio antes que tú. Y a mala leche le pediré permiso al
sargento y me iré de escapada a casa el sábado y el domingo. Vete
tú, de verdad.
- Bueno, muchas
gracias, Miguel. Eres un tío genial.
- Déjalo, aquí hemos
de ayudarnos, ya nos putean bastante los otros.
Así que acabamos de
organizar los estadillos y avancé todo el trabajo que pude para que
Miguel no hiciera gran cosa, aparte de aburrirse y quemarse más.
Antes de subir a comer, mi compañero revisó el cuadrante de
servicios.
- ¿Hasta cuando te ha
dado permiso el sargento?
- Hasta el domingo,
tal como nos ha dicho esta mañana.
- Pues has de volver
el sábado. Urco te ha puesto guardia el domingo
- ¡Joder!
- Consuélate, te la
ha puesto de Baterías. Podrás dormir todo el día.
Ese fue mi regalo de Reyes
por parte de Urco, una guardia de Baterías. Después de comer cogí
el petate dispuesto a marcharme. Antes tuve que presentarme al
oficial de guardia para que me autorizara a salir del cuartel, ya que
aún no era la hora de paseo.
Estaba de guardia el
teniente López, de la Cuarta Batería, un tío que solía hablar con
el perro del cuerpo de guardia, un sarnoso y mugriento pastor alemán
que debía estar allí desde los tiempos del Gran Capitán. El perro
era un ser inteligente y jamás respondió al teniente.
- A la orden, mi
teniente. Solicito permiso para salir del Regimiento.
- ¿Te vas de permiso?
- me preguntó mientras miraba los pases correspondientes-. ¿Hasta
el domingo?
- Hasta el sábado. El
domingo entro de guardia
- Ah, eso ya me gusta
más
- ¿Serás cabrón? -
pensé para mis adentros sin decirlo para mis afueras, por
supuesto.
- Pues hala, ya te
puedes ir.
- A la orden, mi
teniente.
Y salí zumbando hacia la
estación de la RENFE, antes de que alguien se arrepintiera de algo y
me afectara directamente.
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