A
la batería llegaban cada mes unas revistas militares muy bien
editadas, en papel couché del bueno. La buena impresión
acababa cuando se leía algún artículo. La mayoría de ellos tenían
un ligero sesgo conservador, franquista y golpista. Además
estaban llenos de faltas de ortografía y de errores
sintácticos. Se titulaban "Simancas", "Reconquista"
y cosas así.
No faltaba nunca en alguna de las
revistas un artículo destructivo contra Pilar Miró, escrito por
algún comandante, coronel o general. En aquella época se había
estrenado "El crimen de Cuenca", filme en que la Guardia Civil no salía precisamente bien parada. Y tal visión no
agradó a los militares, que si algo tienen es un corporativismo
feroz. Lo más suave que se le llamaba a la directora de la película en estos
artículos era "marimacho". Si se hubiese metido alguno de
tales escritos en un alambique y se hubiese calentado, se habría
podido destilar odio en estado puro. Leyendo esos artículos en la
soledad de la furrielería, uno se acojonaba pensando qué hubiera
pasado si el golpe del 23-F les hubiese salido bien.
En
una de estas revistas apareció publicada una poesía que había
escrito la madre del Tío Tirantes, dedicada a la jura de bandera de
su hijo. Nadie en la batería sabía que la señora que firmaba
aquello era la madre del Tiri -nadie en la batería leía esas
revistas- pero él fue enseñando el poema a todo el mundo e
informando de la identidad de la autora.
El
poema era malo, pero malo, malo, malo. Era espantoso. Una bazofia en
la que se mezclaban la bandera, su hijo -el de la autora, El Tiri-,
las campanas que la despertaban por la mañana para acudir a la jura,
que se tenía que levantar antes, la sacrosanta unidad de
la patria, la paella valenciana y algunos tópicos más. Viendo
lo que escribía la madre, uno ya no se extrañaba de cómo era el
hijo, que además estaba orgulloso del poema. Por lo visto, la
madre del Tiri era de las que fueron a llevarle jamones al golpista Tejero
cuando estuvo en la cárcel.
El
Tiri le enseñó el poema al Tedientes. El Tedientes era un señor
que estaba en el Ejército porque recibía un sueldo, pero yo no le
apreciaba un gran espíritu militar. Pasaba mucho de ceremonias
rituales y demás parafernalias. Estaba matriculado en la UNED y
si los furrieles hacíamos mal algún escrito que él nos hubiera
encargado, en lugar de gritar nos indicaba qué era lo que debíamos
corregir. Además, se encargaba de dar charlas de formación
constitucional a los suboficiales, Urco entre ellos. Sólo por eso ya
era un hombre digno de admirar. El
Tedientes leyó el poema y dijo:
-
¡Cóñó!
La
entonación que dio a ese coño resulta imposible de explicar
con palabras, pero lo resumía todo.
Duque, el gran Duque,
cuando se enteró de la existencia del poema, realizó una nueva
versión:
Tocad,
campanas, tocad
Hoy
me he de levantar antes
Que
jura bandera
Mi
hijo el Tío Tirantes.
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