domingo, 29 de noviembre de 2015

Ráfaga 23

Mañanas de verano en las montañas de León. Llegábamos al campo de entrenamiento a las nueve. Estábamos dando tumbos hasta pasada la una. Casi todo se limitaba a desfilar para ensa­yar la jura de bandera. Nos ordenaron por alturas. Los más altos delante, en la primera fila, así que me tocó estar ahí. Nos llamaban guías. En la segunda fila, detrás mío, había otros dos catalanes, Chicharro y Pep. Hicimos juntos el viaje en tren desde Barcelona hasta León, y junto con otros siete u ocho paisanos, ocupamos toda una hilera de literas y de números, desde el 109 hasta el 119, que era yo. Normalmente siempre estábamos juntos, excepto en las formaciones, por cuestión de distintas alturas.  Había de to­do: tres médicos, varios inge­nie­ros, un maestro -yo-... Desde el primer momento vimos que allí había que echarle sentido del humor a la cosa, así que decidimos autonombrarnos polacos para evitar que los otros nos llamaran así. 
Justo detrás mío estaba Koldo, un tío de Vallecas muy legal, que a la que nos oía hablar en catalán, saltaba:
- Ya está la polaquería liándola. ¿Escolti?
Desfilábamos por el inmenso campo de entrenamiento. Un tío con un tambor marcaba el ritmo y los nueve guías marcábamos el paso. Izquierda, izquierda, izquierda dere­cha iz­quierda. El sol caía implacable y la gorra nos abra­saba la cabeza. Al cabo de diez minutos de llevarla nos pica­ban todos los pocos pelos que nos habían dejado tras una rapada monumental en los lavabos de la compañía. Y el polvo. Los guías no sufríamos ese problema, pero la calde­rilla -los últimos de cada fila, los más bajitos- habían de añadir a todos los males el tragar todo el polvo que habían levantado los de las filas anteriores. Desfilábamos mal, tardábamos en apren­der, los cabos pri­me­ros se enfadaban, gritábannos e insultábannos, en especial el Media Mierda.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Ráfaga 21

En los primeros días de estancia en el CIR debimos aprender rápidamente los grados de los mandos y sus símbolos. A un cuartelero (puto chivo que pasaba todo el día en la puerta de la compañía y debía dar la voz cuando llegaba un mando de superior graduación que el mando de más graduación que estuviera en la compañía en ese momento. Todo muy complicado para según qué mentalidades) le metieron un puro por confundir al comandante -una estrella de ocho puntas- con un subteniente -una estrella de cinco puntas-. Cuatro grados los separaban. Si llega a ser al revés, el subteniente le hubiera puesto un piso al cuartelero.  Aprendimos pronto. Cada vez que veíamos estrellas, galones o colorines, nos lle­vábamos la mano a la gorra. En una salida a León, alguno saludó marcialmente al portero de un hotel. Uni­forme, llevaba. Y era muy bonito.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Ráfaga 19

En la compañía 34 había muchos voluntarios de Valladolid. Hacían un año y medio de mili, pero cerca de casa. Muchos obtendrían el pase de pernocta y dormirían en su casa cada noche. Un grupo de ellos cogieron un botijo y lo pintaron con símbolos fascistas: cru­ces gamadas, el víctor franquis­ta, Arriba España... En aquella época, Valladolid era uno de los feudos de los grupos fascistas juveniles, hasta el punto que a la ciudad se la llamaba Fachadolid. Llegó un veterano, el es­cribiente, y les clavó una bronca. Que el botijo era de todos y no tenían derecho a pintar nada sobre él. Y si tenían ideas políticas, se las guardaban. Allí nadie estaba para hacer campa­ña. Por fin apareció alguien sensato en aquel maremágnum. 
También había algunos reclutas que eran mineros. Eran de zonas próximas a León. Sólo harían el campamento y, una vez jurada bandera, se volverían a la mina. Nadie en la compa­ñía les cambiaba ese destino, por supuesto. 
En todas las compañías había torpes. En la nuestra, el torpe más torpe era el 63. Todo lo ha­cía mal, y tenía una dia­rrea mental considerable. Era el blanco de todas las bromas crueles de los veteranos más cabrones. Todos los reclutas nos indignábamos, pero nadie salía a defenderlo. No sólo eso, to­dos pensábamos que mientras se metieran con el 63 no se mete­rían con nosotros. La bonita camaradería militar. En una de las retretas se le asignó para el día siguiente el servicio de oficiales, es decir, mantener el lavabo bien limpio para que el teniente pudiera cagar a gusto. El 63 se hizo la picha un lío y contestó "Oficial de servicio", lo que hizo que el cabo primero Zopa se cuadrara y le saludara marcialmente. 
El 130 era ateo. Cuando hubo de rellenar el apartado "Religión" de la ficha personal, el 130 manifestó a uno de los veteranos que él era ateo y que qué debía poner ahí. Desde aquel momen­to, el 130 dejó de ser el 130 y pasó a ser El Ateo.


 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Ráfaga 18

Primer servicio. Primera imaginaria de puerta, de 11 a 1 de la noche. La cosa consistía en estar en la puerta de la compañía un par de horas y dar novedades si se presentaba un mando. O dar la alarma si se presentaba el enemigo. El cabo cuartel me dio la lista de todo el ar­mamento que había en la compañía. Debía memorizarla y recitarla a todo supe­rior que se presentara per allí.
Doce menos cuarto de la noche. Llegó el sargento.
- A la orden, mi sargento. Hay 187 cetmes, 187 bayonetas, trescientos veintidós cargado...
- Vale, vale, descanso. Dame la llave de mi cuarto.
- A sus órdenes. 
El sargento también era un hombre práctico. Sólo pretendia irse a dormir y se la sudaba el inmenso potencial bélico almacenado en la 34.  
Había otro imaginaria, que hacía la ronda en el dormitorio. Su principal cometido era llevar el botijo a quien se lo demandara. Si el botijo se quedaba sin agua, debía llenarlo rápidamente en el lavabo. En un grifo del lavabo, se entiende. Esta imaginaria era más complicada, porque aunque en el dormitorio se apagaban las luces a las once de la noche, no todo el mundo se dormía enseguida. También estaban los veteranos rondando por allí, puteando al personal y tocando los cojones. La misión del imaginaria era velar por el orden en el dormitorio, pero sería suicida llamarle la atención a un veterano, así que lo mejor era hacerse el loco y esperar a que a aquellos anormales les entrara sueño.
Como aún no habíamos jurado bandera no podíamos llevar armas durante la imaginaria. Una vez cumplido el trámite de la bandera, nos darían una bayoneta y seríamos invencibles.

martes, 17 de noviembre de 2015

Ráfaga 17

Uno de los bonitos gritos de guerra de los veteranos del CIR, dicho a voz en grito: "BIEN, COÑO, BIEN, HA SALIDO BIEN, ¿NO TE JODE, CHIVO DE LOS COJONES? 
Y uno de los hermosos poemas que nos hacían cantar en las marchas:
En los tiempos de Viriato
ya existía el guerrillero
con valor y más cojones
que el caballo de Espartero...
Por lo visto, el caballo de Espartero debía tener unos testículos talla XXXLLL, porque cada semana aparecía la expresión en alguna conversación de los mandos cazada al vuelo. Incluso decían que Tejero los tenía como el caballo antes mencionado. 
También nos enseñaron una bonita canción sobre la Madelón, una chica ejemplar que se tiraba desde el soldado al general, pasando por el resto del batallón. Ésta nos la enseñó el alférez Mature, de IMEC (las antiguas Milicias Universitarias)
En fin, allí había nivel.  
 

lunes, 16 de noviembre de 2015

Ráfaga 16

Viernes por la tarde. Tras la arenga patriótica del coronel y la comida, la compañía 34 estaba formada espe­rando la orden para abor­dar los autocares y marchar de rebaje. Faltaba dar las nove­dades al Ca­pitán de Cuartel. Apareció por fin. El cabo primero en funciones de suboficial de semana se cuadró y le dio no­ve­dades.
- ¿Están contabilizados todos los componentes de la com­pa­ñía?
- No, mi capitán, sólo los que se van de rebaje. Pero en seguida le cambio el estadillo -añadió servil el primero-.
- No, déjalo, esto ahora lo archivamos y queda así por los siglos de los siglos. Y a tomar por culo.
Un hombre pràctico, el Capitán de Cuartel. 
Salíamos de El Ferral en cu­tres autocares Setra Seida la tarde del viernes. En aquella época los autocares no disponían de aire acondicionado, así que todas las ventanillas estaban abiertas. Y a pesar de eso el ciego sol de la estepa castellana se estrellaba contra la chapa del autocar y sudábamos la gota gorda, además vestidos de romano, con el traje de bonito y la puta boina. Llegábamos a Barcelo­na en la madrugada del sábado. Taxi y a casa. Salíamos de Bar­celona el domingo por la tarde. Llegábamos a El Ferral a las cuatro o las cinco de la madruga­da del lunes. En los lavabos nos cam­biábamos el uniforme de bonito por el de faena, para estar ya vestidos cuando tocaran diana, apenas una hora más tarde. Todo con tal de no estar más horas en aquel agujero.
Malas lenguas decían que los autocares en que marchábamos de rebaje eran de una empresa propiedad de la mujer del coronel. Por supuesto, todo eran infundios y falsedades, faltaría más.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Ráfaga 15

La ceremonia de los caídos se celebraba cada viernes a mediodía. Todas las compañías for­maban en la explanada central aguantan­do el sol de julio. El coro­nel, desde la tribuna, lanzaba su arenga pa­triótica semanal. Explicaba la histo­ria de un abanderado en la guerra de Marrue­cos. Le hirieron en el bra­zo derecho y cogió la bandera con la mano izquierda. Recibió un balazo en la mano iz­quierda y sujetó el asta de la bandera con el soba­co. Le die­ron en el hom­bro iz­quier­do -mala suerte- y se pasó la ense­ña al otro soba­quillo. Tam­bién allí le tocaron, por supuesto, y en este pun­to de la na­rra­ción el coro­nel hizo una pausa dramática y lanzó la pre­gunta que la tro­pa es­peraba:
- ¿Y sabéis entonces con qué cogió la bandera?
Y un sordo rumor se fue extendiendo entre las filas de las compañías: "¡Con la polla!".
- ¡Con los dientes!
Lástima, un final vulgar estropea una buena historia.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Ráfaga 14

A los maestros nos encuadraron en Extensión Cultural. No era ningún privilegio, pero repre­sentaba poder huir de la com­pañía durante dos horas cada tarde. Los cabos me adjudica­ron como alumno a Ángel, de la compañía 12. Tenía dieci­nueve años. Venía de un pueblo de Andalucía. Había ido a la es­cuela sólo uno o dos años, porque tenía que tra­bajar en el campo para ayu­dar a sus padres. No sabía leer ni es­cri­bir. En 1981. 
Un día, uno de los histéricos veteranos de la compañía me arrestó por llegar tarde a una formación. Por la tarde, a la hora de paseo, debía estar en la com­pañía haciendo lo que me asignara el cabo cuar­tel. Des­pués de Extensión Cultural regresé trémulo y ansioso a la compañía para cumplir el arresto. Me presenté ante el cabo cuartel.
- ¿De dónde vienes? ¿Cómo no estabas en la compañía?
- Estaba en Extensión Cultural, mi cabo.
- ¿Vienes de currar?
- Sí.
- Pues anda, ya te puedes ir. Ya has cumplido el arresto.
- A sus órdenes.
Aquella tarde había exceso de arrestados y a mí me tocó la libertad
Otro de los llamémosles privilegios de Extensión Cultural era que actuábamos de correctores de los tests psicotécnicos que nos hicieron cuando llegamos al CIR. Eso nos ocupó unas cuan­tas mañanas y algunas tardes, con lo que no hacíamos instruc­ción ni nada. Sólo corregir, con planti­llas al uso. El capitán que nos dirigía era una persona, con lo que el ambiente era relajado y feliz. Lástima que luego, cuando me tocó desmontar y montar el Cetme, me sobraran piezas, pues el día que lo ex­plicaron yo estaba corrigiendo.Luego, durante el resto de la mili, jamás me tocó desmontar ni montar ningún Cetme. ¿Por què hacíamos eso en el CIR? Supongo que era una forma de tener al personal entretenido una tarde.
Uno de los maestros que estaba en Extensión Cultural era el 85 de mi compañía. Tenía intención de quedarse desti­nado en el CIR, a poder ser en la biblioteca. Habló con el comandante encargado, que desestimó ese destino al sa­ber que el 85 se apellidaba Amézaga y era de Bilbao.
- En fin, el comandante Franco se llama, para qué te voy a decir más.



 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Ráfaga 13

El primer sábado que pasé en el CIR me cayó servicio de comedores. Se trataba de poner y quitar platos, vasos, cubiertos, etcétera, en el inmenso comedor del CIR, que ocupaba dos naves de considerable tamaño. Y barrer y fregar dichas naves, por supuesto. Entré de servicio a las ocho de la mañana. Regresé a la compañía a las once de la noche. A pesar de todo, no fue un trabajo excesivo, ya que todo lo hicimos con mucha calma. Rompí un plato. Como ya llevaba tres días allí y ya había comprobado que el sentido del humor no abundaba por aquellos barrios, me pareció inadecuado informar de la novedad al inmediato superior. Así que, sin que nadie me viera, me tomé la libertad de ir a por una escoba, recogí los restos del caído y los eché en el cubo de la basura. En el despa­cho del oficial responsable del comedor, Franco reinaba después de muerto desde una foto inmensa colgada en la pared. No había a la vista ninguna imagen del Rey, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, recordemos.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Ráfaga 12

El Hogar del Soldado era un amplio local presidido por una gran barra circular donde la gente se amontonaba pidiendo cosas de comer y beber. Sobre todo de beber. Allí no funcionaba el sabio sistema de atender al que ha llegado antes, sino que se atendía, por orden, a bisabue­los, abuelos, padres y, en último lugar, los putos chivos, que éramos los reclutas. A estas alturas del relato tal vez convenga abrir un paréntesis para explicar la distribución de los grupos sociales en un campamento o cuartel del ejército español de aquella época. 
Los recién llegados, oficialmente denominados reclutas, eran llamados chivos, o putos chivos. Formaban el estamento más bajo del ejército. Los podemos comparar con Espartaco y sus amigos antes de rebelarse contra el Imperio (romano). No disfrutaban de ningún derecho, o sí, sólo del derecho al trabajo. La jura de bandera los habilitaba para hacer servicios de armas (guardias), pero seguían siendo putos chivos hasta que llegaba el siguiente reemplazo.  Ese día ascendían a padres, y los recién llegados serían los nuevos chivos. Diversos estudios comparativos sobre el tema han concluido que en determinados campamentos los chivos no eran denominados así, sino bultos. Bien. Prosigamos. La etapa de padres duraba tres meses más, hasta que llegaba el nuevo reemplazo de chivos (o bultos según el campamento). Los padres pasaban a ser abuelos y los chivos se convertían a su vez en padres. Finalmente, tras tres meses más de excitantes experiencias castrenses, se alcanzaba el grado de bisabuelo, preludio de la ansiada licencia. Ser bisabuelo no era poca cosa. Era el segundo grado máximo a que se podía aspirar en la puta mili (el primero era que te declararan inútil antes de ir, o salir excedente de cupo en el sorteo) y para determinados individuos llegar a la bisabuelería era alcanzar el cénit no ya de su carrera militar, sino de su puta vida. 
Cerremos el paréntesis. Algo que me asombró del Hogar del Soldado fue el enorme éxito de ventas que tenían unos muñecos de medio metro de altura vestidos de militar que iban envueltos en una bolsa de celofan. Como la Nancy de Famosa pero en castrense.  Se vendían a docenas, y muchos reclutas se los llevaban en el primer rebaje de fin de semana. Eran para regalárselos a las novias, decían. El héroe de las COES de Logroño también compró uno. En fin, hay gus­tos para todo, pero yo, personalmente, desconfiaría mucho de una mujer que acepta­ra un regalo así.

martes, 10 de noviembre de 2015

Ráfaga 11

A los pocos días de estar por allí aparecieron unos tipos cuadrados, fuertes, musculosos, machotes, de mucha vida, con bonitos uniformes de los paracaidistas (paracas), la Legión, las COES... Eran los captadores, que venían a ver cuántos incautos podían convencer para que se enrolaran en sus respectivos cuerpos de élite. Se exhibían en el Hogar del Soldado: enseñaban bolas -del brazo-, marcaban pa­quete -de allí- e intentaban cazar a todos los despistados que podían. Cazaron a unos cuantos, sí señor. De nuestra compañía cayó uno, un pobre infeliz de Logroño que por dos centímetros no se había librado de la mili. El hombre se apuntó a las COES. Le habían prometido un año de emociones, un bonito uniforme para encandilar a las nenas y una boina verde hecha a medida. Cuando el teniente se enteró del enrolamiento del colega, le vino a decir que qué has hecho, gilipollas, pero de una manera mucho más grosera. Los captadores ya estaban lejos, de camino a otro CIR lleno de bajitos con complejo de Cheguevara.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Ráfaga 10

La alegación no coló, así que después de pasar la revisión médica me vi vestido de verde, igual que el resto de infelices de la 34. Ya puestos, nos vacunaron de forma masiva en el botiquín del CIR. Íbamos entrando en fila, cual entra el ganado en el matadero. Mientras un sanitario nos agarraba el brazo izquierdo y nos ponía una inyección con una especie de pistola de Star Treck, otro sanitario nos hacía lo mismo en el brazo derecho. Una vez inmunizados contra casi todo, salimos al exterior. Un recluta se mareó y se sentó en el talud que había frente al botiquín. Tenía la cabeza apoyada sobre los brazos, y éstos sobre las rodillas. Julito, veterano voluntario de nuestra compañía, situado tras él, le puso el pie sobre la espalda y lo mantuvo así largo rato. Julito era de Fuerza Nueva y apenas tenía 17 años. Nadie se lo tomaba en serio, ni siquiera los reclutas, y eso le encabronaba aún más. Un día en la vida de Julito podía comenzar con una formación en la compañía, a las seis de la madrugada, recién tocada diana. Julito, en funciones de cabo cuartel, daba novedades al cabo primero Zopa:

- Siete por ocho cincuenta y ocho en formación, mi primero.

- ¡Pero zerá pozible ezte giliposhas! ¡A vé zi aprende a murtiplicá d'una puta vé, cohone!!!

Y así siempre.Posiblemente acabó la mili sin saberse las tablas de multiplicar. Pero no tenía ningún problema en pisotear al personal. Eso le habrá sido de mucha utilidad en su vida laboral. 


domingo, 8 de noviembre de 2015

Ráfaga 9

Primer contacto con la oficialidad: un grupo de presuntos -los que al llegar al CIR alegamos alguna tara física o mental- nos encontrábamos ante el pabellón de vestuario. El resto de la compañía, que eran normales, estaba dentro recogiendo la ropa militar. El teniente al mando de nuestra compañía, sentado en una sillita y recostado contra la pared del pabellón, en una postura muy poco marcial, propia del ejército de Pancho Villa (expresión de uso abusivo entre los militares españoles) nos observaba y musitaba:
- Así que ustedes han alegado. Bueno, no se preocupen. Como decía aquél, si no sirven para matar servirán para ser matados.
No diré que el teniente no tuviera razón, pero en caso de conflicto bélico, a no ser que pillara el último jeep para huir, él también lo iba a llevar bastante claro: más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, con barriguita cervecera, lo vimos siempre más tiempo sentado que de pie. Caminaba despacito, como mirando escaparates, y jamás lo vimos correr. El yayo brigada de Barcelona no era una excepción dentro de la tipología física del militar profesional medio español. Por cierto, en el cuartel, una vez en mi destino definitivo, había otro teniente conocido con el cariñoso y acertado apelativo “La albóngida con patas”. Ya hablaremos de él cuando corresponda.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Ráfaga 8

Ya lo decía Einstein, que todo es relativo. (¿Einstein hizo la mili?). Depende de si te colocas en una fila o en otra, tendrás una mili u otra. Yo me coloqué en una fila y me tocó, como a 169 infelices más, estar en la compañía 34: tercer batallón, cuarta compañía, segunda manípula, etc... Si me hubiese puesto sólo dos sitios más a la derecha, me hubiese tocado la compañía 33 (tercer batallón, tercera compañía, segunda manípula, etc...) y otro gallo hubiese cantado.
Los veteranos de la 34 -un hatajo de desequilibrados mentales i psíquicos- nos llevaron a la puta carrera desde la plaza donde nos habían formado hasta el edificio de la compañía. Subimos corriendo al dormitorio, una gran nave con 170 literas y 170 taquillas, nos asignaron una litera y una taquilla a cada uno, dejamos el petate y bajamos corriendo -a la puta carrera- a formar abajo, en la explanada anexa a la compañía. Los veteranos de la compañía nos empezaron a aleccionar con su brillante oratoria:
- Y habéis tenido mucha suerte, porque habéis venido a parar a la mejor compañía, la 34. Somos los mejores y hemos de ser los más rápidos en formar, en llegar al comedor, en bajar al campo de entrenamiento, en la jura de bandera, en... porque somos los mejores y...
Mentían como malandrines, pero aún no lo sabíamos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Ráfaga 7

Por fin el autocar llega al Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) nº 12. Es un recinto inmenso, ya lo iremos comprobando a lo largo de un mes. Uno de los veteranos chulitos nos ha informado que juraremos bandera el 15 de agosto. El autocar cruza la puerta de entrada al campamento y sigue circulando un buen rato por una carretera rodeada de edificios y campos de deporte hasta llegar a una gran plaza, donde bajamos. Nos forman en fila de a tres bajo el sol de mediodía de la meseta leonesa. Se nota que la mayoría hemos ido a colegios de pago porque nos sale una fila cojonuda. Seguimos vestidos de personas, pero vemos pasar varias hileras de reclutas ya vestidos de verde, con el uniforme militar, por supuesto. Oímos una voz lejana que grita: “Escaparos ahora que podéis, que cuando te visten así ya no hay manera...” Pero ya no podemos. Pasa más gente vestida de verde: soldados con fusiles, soldados en jeeps, oficiales con estrellitas en la gorra y en la camisa... Parece que estemos en una película de un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial, pero la cosa es bien real. Poca coña, Steve McQueen no va a aparecer con su moto y nos va a sacar de allí. Ya estamos en territorio comanche. Acabo de llegar a la mili.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Ráfaga 6

En el bar de la estación desayunamos el segundo bocata del yayo brigada, mientras esperamos que nos venga a recoger un autocar que nos ha de llevar hasta el CIR (Centro de Instrucción de Reclutas, recordemos) situado en la bonita localidad de El Ferral del Bernesga. El señor del bar no tiene la culpa de que estemos allí -nosotros tampoco, la verdad-, así que le hacemos gasto: cervezas, coca colas, cafés con leche... Desgraciadamente aparece el autocar. Subimos a él, escoltados por cuatro veteranos chulitos con gafas de sol, paquete de Ducados en el bolsillo de la camisa y banderita española en la correa del reloj, que nos dan la bienvenida pasando la gorra solicitándonos un donativo absolutamente voluntario para sus gastos diversos. Todo el mundo pone algo en la puta gorra, pobre del que no ponga, le esperaría un campamento aún más duro de lo que nos encontraremos. Por supuesto que estas prácticas están prohibidas y que los mandos se encandalizarían y tomarían serias medidas si se enteraran de ellas. Pero como no se enteran...

martes, 3 de noviembre de 2015

Ráfaga 5

Llegada a León después de una noche de viaje en un vagón de segunda clase de la RENFE. No hace falta decir nada más. En el fondo hemos tenido suerte, no hemos hecho ningún transbordo. Recuerdo que en la semana santa de 1979 hice un viaje a Galicia en el mismo expreso y al llegar a Zaragoza-El Portillo, pasada la medianoche, subieron al tren un montón de reclutas. Iban locos a la caza de asientos libres para poder descansar un rato. Nos contaron que eran valencianos, e iban al CIR (Centro de Instrucción de Reclutas) de Vitoria. Habían salido de Valencia a las nueve de la mañana. A llegar a Tarragona les hicieron bajar del tren. Después de horas de espera, subieron a otro tren hasta Zaragoza. Ahora cogían el expreso de La Coruña. Estaban reventados de cansancio. Les hicieron bajar de nuevo en Logroño, a las tres de la madrugada, y de allí aún habrían de coger otro convoy hasta Vitoria. Casi 24 horas de viaje para hacer 400 kilómetros. En caso de guerra de verdad, supongo que el movimiento de tropas será más rápido. Tal vez en auto-stop. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

Ráfaga 4

Estación de Francia. Seis de la tarde. Salida del expreso Barcelona-La Coruña. Muchos reclutas en el tren y muchos familiares en el andén. Emociones contenidas o desbordadas. El tren arranca lentamente. La familia se aleja lentamente. La vida normal se aleja lentamente. La vida se aleja. En fin.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Ráfaga 3

Formación en el patio del cuartel de Intendencia. Primer contacto con un militar profesional. Un yayo calvo y gordo, vestido de paisano y calzado con zapatillas andrajosas, que asesina el castellano cuando habla, se dirige a nosotros y nos explica que nos darán una bolsa de plástico con la cena de hoy y el desayuno de mañana: un par de bocadillos, dos piezas de fruta y dos botellines de agua. Un festín. Con eso tendremos que aguantar hasta León. Otros deberán subsistir hasta Galicia con tal banquete. Alguien comenta después que el yayo calvo debía ser un brigada. Con el tiempo aprenderemos que los brigadas son la pieza fundamental del ejército, mucho más que los estrategas del Estado Mayor, ya que de ellos depende que el personal militar pueda comer cada día.