Las
relaciones Tío Tirantes-Resto del Mundo no eran precisamente
fluidas. Un día Conesa le hinchó un ojo. Todo el mundo sabía que Conesa tenía la razón, incluso sin haber visto el incidente.
Otro día, ante una nueva salida del Tiri, el teniente Chusquero
exclamó:
-
¡Que venga Conesa y le hinche el otro ojo!
Las
relaciones con Vizcaíno tampoco eran muy cordiales. Vizcaíno pertenecía a
mi reemplazo y no era especialmente conflictivo, hasta que
bebía. Entonces perdía el mundo de vista. Y una noche lo perdió
con el Tiri delante. Lo empezó a perseguir por toda la batería con
una navaja, mientras iba gritando:
-
¡Que lo raho! ¡Que lo raho!
La
disputa se realizó de la forma reglamentaria, el Tío Tirantes
corría delante y detrás iba Vizcaíno. La cosa además tenía
merito porque la batería estaba a oscuras y los pasillos llenos
de petates, pues esa tarde habían llegado los guris del reemplazo
81-1º, a los que aún no se les había asignado taquillas. Los
recién llegados asomaban tímidamente la cabeza desde sus
literas.- Tranquilos –les decíamos los veteranos-, pasa cada noche. Forma parte del folclore local. En cuanto le den una cerveza más al perseguidor, se dormirá.
El imaginaria, encargado de mantener el orden y la disciplina militar en el recinto, había decidido sentarse a tocarse los cojones hasta que se calmara la situación.
Otra
noche el incidente se produjo entre Martín y -cómo no- el Tío
Tirantes. Martín era de mi reemplazo y cabo primero. Y el preferido
de Gilito. Así que iba de guapo por la vida, aunque con los del
reemplazo jamás tuvo ningún problema, ni nosotros con él. Pero
tenía querencia por el Tiri. Y una noche se lió. Y el Tiri salió
por la única salida que vio: llamar la atención del sargento
Beguín.
El
Beguín dormía en el cuarto del suboficial de semana, que estaba al
fondo de la batería, pared con pared. Cuando había movida debía
oírla, por supuesto. Aunque en las condiciones en que llegaba a la batería
cada noche, completamente cocido, es posible que no oyera nada. Una noche se sentó en las rodillas de un artillero que estaba sentado en un banco bebiéndose una cerveza. Entre varios artilleros lo ayudaron a levantarse y a llegar hasta su cuarto, a dos metros escasos.
El
Tiri empezó a gritar cada vez más fuerte.
- Que me dejes, Martín! ¡Gilipollas! ¡Que me dejes! ¡GiLiPoLlAs!
¡Déjame! ¡GILIPOLLAS! ¡GILIPOLLAS! ¡GILIPOLLAS!
El
Beguín, dormido beatíficamente, tal vez no oyó los alaridos del Tiri, pero el resto del Regimiento seguro que
sí. Martín, sabedor de su poder, se arrimaba al Tiri como el torero
al toro, sacando pecho.
-
¡Qué pasa, Tiri! ¿Qué quieres? ¿Despertar al sargento para
ponerte a llorar en su faldita?
Al
final, Marín, que sólo era un tocahuevos, dejó estar al Tiri. Al
día siguiente, nos encontrábamos en una mesa De la Cruz, Velasco y yo.
El Tiri estaba de guardia y subió un momento a la batería.
Cuando apareció, Velasco se activó, abandonó su habitual estado pre-depresivo, se levantó, elevó su brazo derecho como
en el brindis de la Traviata y con su mejor voz entonó:
-¡GILIPOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLLAS!Toda la batería se estremeció ante aquella muestra de lucidez de Velasco.
* * *
- Cómo se nota los que tenemos estudios, ¿eh?
El Guanche no se cayó de culo porque no había sitio en la formación. Después, a la hora de paseo, nos comentó escandalizado al resto del grupo -todos con estudios, por supuesto- la última tontería del Tiri.
- ¿Pero
este tío quién se ha creído que es? ¿Cómo se nota los que
tenemos estudios? ¿Y en qué coño lo nota ese gilipollas? Me ha
dejado seco, de verdad. ¿Cómo se puede ser tan clasista y tan
facha?
La
frase del Titi fue rápidamente incorporada por Duque a su catálogo
de frases hechas, muchas de ellas proporcionadas por el Tiri. Cuando
alguien hacía alguna animalada, cuando alguien meaba fuera de
tiesto, cuando alguna cosa se salía de madre, se oía la voz de
Duque imitando el falsete del Tío Tirantes:
-
Desde luego, esta gentuza sin estudios... Esta batería es un asco...