viernes, 16 de septiembre de 2016

El Pink Floid

Seco, enjuto, altura media, gafas Rayban de imitación barata traídas desde Tenerife de encargo por algún recluta canario, gorra ligeramente arqueada hacia atrás que mostraba su marcada alopecia y su permanente cara de amargao. Este era el Pink Floid, es decir, el brigada encargado de la banda de música de Regimiento. En realidad se llamaba Nemesio y era un pobre hombre.
No creo que tuviera más de cuarenta y cinco años aunque parecía mayor, como la mayoría de los militares profesionales. Sin duda este envejecimiento prematuro venía motivado por los duros sacrificios que conllevaba el servicio a la patria. Según la zona geográfica en que estaban destinados, estos sacrificios se llamaban El Águila, Cruzcampo, Mahou, Estrella Dorada, San Miguel, Estrella Galicia, etcétera. En Segovia dominaba Mahou juntamente con DYC, por lo del kilómetro cero, concepto este aún no inventado a principios de los años ochenta del siglo pasado, pero que no era óbice para pescar fácilmente merluzas en zonas de secano por parte de la oficialidad y suboficialidad. Una parte de la clase de tropa también apuntaba destellos.
El brigada Nemesio era chusquero. Había empezado la mili normal y a punto de acabarla se había reenganchado algunos años más hasta alcanzar la brillante graduación de cabo primero. Posiblemente debió pasar por la Academia de Suboficiales donde se sacó el título de sargento y después de millones de años de servicio ascendió primero a sargento primero y después a brigada. Con el tiempo, algunos brigadas ascendían a subtenientes y finalmente, a punto de retirarse, los promocionaban al grado de teniente, con lo cual cobrarían una pensión más cuantiosa ya que pasaban a ser oficiales.
No sé si ese fue el caso del Pink Floid. Tampoco me quedé unos años más en Segovia para comprobarlo. Es posible que siga siendo brigada, a no ser que se haya jubilado, se haya muerto (o ambas cosas a la vez) o lo degradaran, posibilidad muy factible dado el personaje.
La banda de música del Regimiento estaba formada por personal de aluvión. Cada batería, cuando llegaba un reemplazo nuevo, destinaba a aquellos guris que no sabían hacer nada, pero nada de nada, a la banda de música. Por tanto, cada tres meses el Pink Floid se encontraba con ocho o diez ineptos totales para cualquier habilidad humana, música incluida, a los que debía convertir en músicos militares o algo que se le pareciera. Todo un reto, en el que habitualmente fracasaba de forma contumaz. Y cada año maz.
La mayor tragedia del Pink Floid no era que sus pupilos apenas lo respetaran ni que el resto de la tropa pasara bastante de él. Lo que mortificaba a aquel hombre era que sus propios compañeros de milicia lo consideraran un cero a la izquierda, una semicorchea muda, un estorbo. En cierta ocasión llegó a la furrielería de la Plana del Segundo un oficio de Secciones donde se elevaba una queja al capitán de la batería sobre la actitud poco respetuosa de un cabo primero de la Plana hacia un brigada. El tema era grave: ¿insubordinación, palabras mayores, murmuraciones, poca educación...? SuperHappy llamó al cabo primero, que dio sus explicaciones. El brigada le había exigido que trasladara la formación que mandaba en el Patio del Lagarto unos metros más allá para que en ese espacio formara la banda de música.
-Yo sólo le dije al brigada que no podía mover la formación, que el teniente La Tulipe me había ordenado que formáramos allí y que no nos moviéramos.
SuperHappy preguntó raudo:
¿Era el brigada Nemesio?
Sí, mi brigada -respondió el cabo primero.
Vale, retírate.
A la orden, mi brigada. ¿Ordena alguna cosa más?
Nada, nada, que te vayas.
Y el oficio de Secciones se convirtió en una bola de papel que fue a parar a la papelera. SuperHappy ejercía de filtro de los asuntos que llegaban a la batería. Y al capitán no se le molestaba por los agravios del Pink Floid.
En otra ocasión, estábamos en la furrielería trabajando SuperHappy y yo. Bueno, trabajaba yo (y no mucho) mientras el brigada bostezaba aburrido resolviendo el enésimo crucigrama del Quiz. En esto entró el brigada de la Cuarta Batería, seguido del furriel. Al brigada de la Cuarta lo llamábamos La mano más rápida del oeste, ya que cuando se llevaba la mano derecha a la gorra para saludar marcialmente la bajaba a una velocidad de vértigo. Pero esta vez no bajó la mano raudamente, porque la llevaba ocupada sosteniendo otro oficio de Secciones.
¿Félix, tú has leído esto que ha llegado de Secciones?
SuperHappy contestó vagamente que sí, que algo había leído, pero que no le había dado mucha importancia. El oficio en cuestión provenía del Pink Floid y en él se quejaba vivamente de la poca consideración que tenían las baterías del Regimiento con la banda de música. Había días en que casi todos sus componentes tenían servicio (guardia, cocina, comedores, obras...) y apenas le quedaban dos o tres miembros para ensayar. Y así no podía ensayar, por supuesto. El oficio era todo un memorial de agravios que el brigada de la Cuarta Batería, con su acento andaluz y su salero innato, iba recitando in crescendo, salpicado de comentarios mordaces.
-Pero Félix, ¿este tío es gilipollas o qué? ¿Vamos a dejar la guardia en pelotas y el cuartel desguarnecido para que esos tíos puedan ensayar la mierda de música que tocan, cohóne?
SuperHappy se mostraba conciliador. En realidad el oficio y las opiniones del Pink Floid se la sudaban mucho, y no podía evitar la risa al oír los comentarios de su compañero. Los dos furrieles, el de la Cuarta Batería y yo, hacíamos ímprobos esfuerzos por aguantarnos la risa, no podíamos reírnos de un superior en presencia de otros superiores, como era el caso, pero llegó un momento en que no pudimos más. Nuestras risas ahogadas parecían dar alas al brigada de la Cuarta, que se fue animando cada vez más.
Mira, Félix, mira lo que dice del Rodríguez, de mi batería: ¿Siempre tiene servicio?. Y subrayado. Con retintín. ¡Coño, si la gente entra de guardia día sí, día no, el día que no entra que descanse, el pobre chaval! ¡Ah, y mira lo que me pone del Arturo: que no lo mande a la banda ya que está rebajado de servicio por insuficiencia respiratoria. ¡La jodimos! ¿Cómo va a soplar la trompeta el pobre, si tiene insuficiencia respiratoria?
Y aquí estalló una carcajada inmensa de los dos brigadas y de los dos furrieles. Suerte que La Tulipe o Gilito no nos vieron ni nos oyeron, porque nos habrían empurado y de qué manera.
El local de ensayo de la banda estaba en el patio de Secciones. A menudo los músicos ensayaban en él, ya que dentro del local la acústica no era la adecuada. Fuera tampoco, pero al menos no atronaban las paredes con sus compases desacompasados. Desde los despachos de los Jefes, situados en el primer piso y cuyas ventanas daban al patio, se oían los acordes de la banda. Entonces, los Jefes, que mucho trabajo no tenían, se asomaban e interpelaban a Pink Floid.
- ¡Nemesio, coño, toca algo!
Gritaba el teniente coronel del Primer Grupo, ante cuyo alarido el brigada Nemesio se descomponía. Le entraban todos los sudores y se bloqueaba. El teniente coronel del Primer Grupo no había estudiado con el rey, había estudiado con Atila. Aquel hombre acojonaba sólo con verlo. Con enviar una foto suya al enemigo sería suficiente para rechazar un primer ataque. 
¡Nemesio, que toquen, coño!
Y el pobre brigada intentaba cuadrarse marcialmente, murmuraba cansinamente “a la orden”, levantaba la batuta con gesto solemne y se encomendaba a los dioses para que de los instrumentos de su tropa saliese algo ligeramente armónico que pudiera ser calificado como pieza musical. Una vez acabado el suplicio, resonaban en el patio las carcajadas de los Jefes.
¡Coño, Nemesio! ¡Cada dia lo hacen peor, joder!
Después de estas muestras de sana camaradería militar, los Jefes decidían que ya habían trabajado bastante y se iban a la Sala de Oficiales -el bar- a hacer el vermú, mientras el pobre Nemesio se iba hundiendo cada vez más en la mierda castrense. Para consolarse, les pegaba la bronca a sus músicos, igual que hacía Von Karajan. Pero los de la banda ya estaban inmunizados, cualquier castigo que les pusiera Pink Floid sería ràpidamente anulado por el capitán de su batería, ya que eran necesarios para ir de guardia o fregar la cocina. Y un día los músicos se licenciarían, pero Nemesio seguiría allí, tragando bilis y aguantando las putadas de Jefes, Oficiales y Suboficiales.