Y
ascendió a cabo.
Y
claro, cuando debía formar a la batería era todo un festival.
Si de artillero era imposible tomarse en serio a aquel hombre, su
marcialidad a la hora de dar órdenes era totalmente patética.
No sólo eso. Él creía que lo hacía bien y aspiraba a culminar
brillantemente su carrera castrense siendo cabo primero, que para eso tenía estudios. Por una vez
los militares actuaron sensatamente y el Tío Tirantes se quedó
en cabo tomatero el resto de la mili. Cierto es que no lo
degradaron, pero no se les podía pedir tanto.
Una tarde de primavera, la formación de después de comer fue
especialmente movida y el cabo cuartel -adivine el lector quien era-
tuvo especiales dificultades para formarla. Por la noche, ante la
formación de retreta, surgió la sorpresa: cuatro imaginarias
arrestadas, cuatro, impuestas por el cabo cuartel a raíz de la formación de la tarde. Para más
diversión, los cuatro agraciados eran del mismo reemplazo del Tiri.
Mientras leía las imaginarias arrestadas, un rictus de satisfacción
recorría la cara del Tiri. Ante el conato de rebelión -no sólo
protestaron los afectados, sino también el resto de la
batería. Cuando un mando arresta una imaginaria, se le notifica
al afectado antes de la lectura de los servicios. El Tío Tirantes
olvidó este pequeño detalle-, el suboficial de semana, el sargento
Eustaquio, no tuvo más remedio que defender al cabo cuartel.
-
El cabo cuartel tiene razón.
Seguían
las quejas de la batería.
-
Os digo que el cabo cuartel tiene razón. Y no sigáis por este
camino porque me obligaréis a bajar a unos cuantos a prevención.
Y no quiero hacerlo. Hacéis la imaginaria y se acabó.
El
sargento Eustaquio sabía perfectamente que el cabo cuartel no
tenía razón. No sólo eso, el sargento Eustaquio sabía que el cabo
cuartel era gilipollas. Pero se debía mantener la disciplina
militar. Y se disolvió la formación.
En
cuanto el sargento abandonó la batería para dar novedades al
oficial de semana, los afectados se lanzaron sobre el Tiri. Si no lo
lincharon entonces, no lo lincharían durante el resto de mili. Uno
de los afectados era Duque.
- Alejandro, no te enfades...
-
¡Qué coño Alejandro! ¡Llámame Duque, que tú y yo no somos amigos,
joder!
El
Tío Tirantes se echó a llorar, en una postura muy poco marcial. Su
aplomo y satisfacción represora habían desaparecido. No sólo
eso, tuvo una idea genial.
-
Me quito los galones y hago yo las cuatro imaginarias.
Idea
que por supuesto el sargento Eustaquio no aprobó. Y le vino a decir al
Tiri, con buenas palabras pero con contundencia, que antes de tomar la decisión de arrestar a alguien,
sopesara las consecuencias. Y sopesara también si realmente el implicado merecía o no el arresto.
Pero
no siempre había estas movidas. A veces el ambiente se relajaba y el
Tío Tirantes nos deleitaba con una de sus aficiones, la de hombre
orquesta. Era capaz de entonar cualquier canción, haciendo
además con la boca acompañamiento de persusión, vientos y cuerdas.
Una noche de verano, cercana ya nuestra licencia, el Tiri se plantó
ante la cama de Velasco entonando "La del manojo de rosas". Velasco no era precisamente mister simpatía, y la proximidad de
la licencia lo hacía aún más irascible e intolerante. A pesar de eso, soportó
los dos primeros actos de la bonita zarzuela, pero al iniciarse el
tercero ya no pudo aguantar más.
-
Tiri, infeliz, ¿quieres irte de aquí?
A
lo que el Tiri respondió abandonando la vera de Velasco e iniciando
un recorrido por la batería, mientras movía rítmicamente los
brazos como si de una jefa de majorettes se tratara.