miércoles, 2 de marzo de 2016

El Tío Tirantes 6

Y ascendió a cabo.
Y claro, cuando debía formar a la batería era todo un festi­val. Si de artillero era imposible tomarse en serio a aquel hombre, su marcialidad a la hora de dar órdenes era to­talmente patética. No sólo eso. Él creía que lo hacía bien y aspiraba a culminar brillantemente su carrera castrense siendo cabo primero, que para eso tenía estudios. Por una vez los militares actuaron sensatamente y el Tío Ti­rantes se quedó en cabo tomatero el resto de la mili. Cierto es que no lo degrada­ron, pero no se les podía pedir tanto.
Una tarde de primavera, la formación de después de comer fue especialmente movida y el cabo cuartel -adivine el lector quien era- tuvo especiales dificultades para formarla. Por la noche, ante la formación de retreta, surgió la sorpresa: cua­tro imagina­rias arrestadas, cuatro, impuestas por el cabo cuartel a raíz de la formación de la tarde. Para más diversión, los cuatro agraciados eran del mismo reemplazo del Tiri. Mientras leía las imaginarias arrestadas, un rictus de satisfacción recorría la cara del Tiri. Ante el conato de rebe­lión -no sólo protestaron los afec­tados, sino también el resto de la bate­ría. Cuando un mando arresta una imaginaria, se le notifica al afectado antes de la lectura de los servicios. El Tío Tirantes olvidó este pequeño detalle-, el suboficial de semana, el sar­gento Eustaquio, no tuvo más remedio que defender al cabo cuar­tel.
      - El cabo cuartel tiene razón.
Seguían las quejas de la batería.
     - Os digo que el cabo cuartel tiene razón. Y no sigáis por este camino porque me obligaréis a bajar a unos cuantos a pre­vención. Y no quiero hacerlo. Hacéis la imaginaria y se acabó.
El sargento Eustaquio sabía perfectamente que el cabo cuar­tel no tenía razón. No sólo eso, el sargento Eustaquio sabía que el cabo cuartel era gilipollas. Pero se debía mantener la dis­ciplina militar. Y se disolvió la formación.
En cuanto el sargento abandonó la batería para dar nove­dades al oficial de semana, los afectados se lanzaron sobre el Tiri. Si no lo lincharon entonces, no lo lincharían durante el resto de mili. Uno de los afectados era Duque.
       - Alejandro, no te enfades...
    - ¡Qué coño Alejandro! ¡Llámame Duque, que tú y yo no somos amigos, joder!
El Tío Tirantes se echó a llorar, en una postura muy poco marcial. Su aplomo y satisfacción represora habían desapareci­do. No sólo eso, tuvo una idea genial.
      - Me quito los galones y hago yo las cuatro imaginarias.
Idea que por supuesto el sargento Eustaquio no aprobó. Y le vino a decir al Tiri, con buenas palabras pero con contundencia,  que antes de tomar la decisión de arres­tar a alguien, sopesara las consecuencias. Y sopesara también si real­mente el implicado merecía o no el arresto.
Pero no siempre había estas movidas. A veces el ambiente se relajaba y el Tío Tirantes nos deleitaba con una de sus aficiones, la de hombre orquesta. Era capaz de entonar cual­quier canción, haciendo además con la boca acompañamiento de persusión, vientos y cuerdas. Una noche de verano, cercana ya nuestra licencia, el Tiri se plantó ante la cama de Velasco entonando "La del manojo de rosas". Velasco no era precisamen­te mister simpatía, y la proximidad de la licencia lo hacía aún más irascible e intolerante. A pesar de eso, soportó los dos primeros actos de la bonita zarzuela, pero al iniciarse el tercero ya no pudo aguantar más.
      - Tiri, infeliz, ¿quieres irte de aquí?
A lo que el Tiri respondió abandonando la vera de Velasco e iniciando un recorrido por la batería, mientras movía rítmi­camente los brazos como si de una jefa de majorettes se trata­ra.