El día que llegamos al Regimiento, a finales de agosto, me llamó la atención un artillero con
un marcado acento andaluz. Sentado en una de las banquetas de la
batería a la hora de la siesta, departía amablemente con dos o tres
guris, informándoles de aspectos varios de la vida del cuartel. Sólo
vestía unos pequeños calzoncillos. El resto era todo músculo.
Aquel hombre no tenía un solo gramo de grasa en su cuerpo.
El Careta, tal era el
sobrenombre de nuestro hombre, pertenecía al reemplazo 80-3º, el
reemplazo anterior al mío. Por tanto, era padre nuestro. El apodo de
Careta se lo puso uno de sus compañeros de reemplazo, la Rata de
Cloaca. Tal vez fuera uno de los sobrenombres más afortunados que vi
en la mili, ya que cuando le veías la cara enseguida te venía a la
memoria aquel chiste del tío que se fue a comprar una careta de
carnaval y le dieron la goma.
En
la vida civil, el Careta se ganaba la vida trabajando con una máquina
retroexcavadora, la Retro para los amigos. Abría zanjas, hacía
excavaciones, cosas así. De noche soñaba con la Retro, porque en
medio del silencio de la batería, ya entrada la madrugada, los
imaginarias se sobresaltaban cuando oían una potente voz andaluza
susurrar “la
joía máquina que no arranca, cohone...”. Enseguida
se oía la voz del corneta Conesa, que dormía en la litera superior:
“Que
te calles, coño, joder con la puta máquina”.
Cuando llegamos al
cuartel, el Careta era todavía artillero. Al poco de marchar el
reemplazo 79-7º, nuestros bisabuelos, ascendió a cabo. Era un líder
nato. Transmitía una confianza que no sabía comunicar ninguno de
los oficiales de la batería. Jamás le vi enfadado ni de mala leche,
en un lugar donde era fácil caer en estos estados de ánimo. Cuando
daba una orden, solía empezar siempre con la frase “Oye, me hase
el favó de...” y siempre conseguía lo que quería.
Tres
meses después ascendió a cabo primero, junto con Manrique. La
diferencia entre ambos era evidente. Manrique era el preferido de
Gilito. Era buen chico, amable, simpático, guapetón, pero muy
inseguro. Nunca se sintió a gusto con el galón amarillo en el
hombro. En cambio, el Careta estaba la mar de contento y tranquilo en
su nuevo cometido. Cuando no estaba de servicio, o aunque estuviera,
solía pasar las horas hablando con el sargento Beguín en el
repuesto de automóviles, una dependencia de la batería donde se
guardaban piezas de recambio de los Land Rover y los Jeeps asignados.
Algunos contaban que se tuteaba con el sargento, y que incluso una
vez se le escapó una frase explosiva:
- A vé zi le hablas al
Urco de lo de mi rebahe. Uy, perdón, al sargento primero...
Parece que al Beguín
no le importó mucho la frase del Careta. Se llevaba mejor con él
que con su inmediato superior.
En todo caso, el Careta
tenía mucho más aguante que el Beguin ante el alcohol. Durante gran
parte del tiempo que estuvimos en el Regimiento, la Plana del Segundo
era la batería que se encargaba de llevar el Hogar del Soldado. Los
cabos primeros tenían barra libre, y el Careta se encargó de apurar
al máximo tal privilegio. En una tarde de primavera en que estaba de
suboficial de semana, se tomó él solito veinticuatro cubatas.
Veinticuatro. 24. Aquel día además era un día raro, un lunes de
Pascua que en principio había de ser un día hábil pero luego se
declaró festivo. Por tanto, había muy poca gente en el cuartel, y
aparte de las guardias, no había servicios. No había nada que
hacer. El Careta pasó la tarde en el Hogar, haciendo compañía a
los camareros, todos de nuestra batería, mirando la película
“Curriro de la Cruz” que hacían por la tele y trasegando
cubatas.
Cuando subió a pasar
retreta, a las diez y media, caminaba con cierto cansancio, pero su
trayectoria era rectilínea. Se colocó entre el cabo cuartel y el
furriel -un servidor-, frente a la tropa, para cumplir la liturgia de
cada noche. Si yo hubiese bebido 24 cubatas en una tarde, estaría
ingresado en la UCI aquejado de coma etílico. Pero allí estaba el
Careta, resoplando y bufando, con la cara congestionada, pero de pie
frente a la tropa que tanto le apreciaba. El cabo cuartel le dio
novedades y yo le pasé la orden del día y la hoja con los servicios
del día siguiente, para que los leyera.
Lo intentó, pero no lo
consiguió. Dio el orden del día por sabido y me pasó la hoja de
servicios:
- Hazme el favó, hombre,
lee tu lo zervizio, que yo hoy no estoy mu fino.
- A la orden.
Y allí estuve yo
leyendo los servicios como si fuera el suboficial de semana. Al
día siguiente, cuando ya se le había pasado la trompa, iba
explicando a todo el que le comentaba su hazaña:
- Tu zabe la película
Currito de la Crú que hisieron ayé por la tele? Pué cuando aún
no era famozo yo ya llevaba ocho cubata...
Hacia
el final de la mili del reemplazo del Careta, llegó una orden del
coronel en el que se ordenaba que la tropa debía tratar a los cabos
primeros de usted, ya que se había observado excesivas complicidades
entre artilleros y primeros. Algunos de ellos, cuando les tocaba
hacer de suboficiales de semana, les costaba imponerse a la tropa. La
reacción de la Rata de Cloaca cuando llegó la orden mencionada fue
explosiva:
- ¿Que yo al Careta le
he de llamar de usted? ¿Al Careta? ¿De usted?
Si algún cabo primero
no necesitaba para nada esa orden, era el Careta.