La guardia de Baterías
era otra cosa. Llamábamos Baterías a varios hangares
situados a unos tres kilómetros del
cuartel, en la carretera de Madrid. donde se guardaban las piezas autopropulsadas del Regimiento. En Baterías sólo se hacían dos puestos, el de la puerta de entrada
y el de la carretera, opuestos y unidos por la calle interior del
recinto. La guardia de Baterías la componían un suboficial -casi
siempre un cabo primero-, dos cabos y ocho artilleros. Baterías era
una guardia tan llevadera que ni tan siquiera tenía refuerzo
nocturno. Digámoslo claro: ir de guardia a Baterías era pasar
un día de descanso lejos del Regimiento, de los mandos y de sus santas madres. Normalmente la mayoría de los componentes de la guardia eran bisabuelos que gozaban de tal privilegio. Era raro ver guris, a no ser que fueran de la Plana del Segundo, enviados por Urco.
Dado
que sólo debían cubrirse dos puestos con ocho artilleros, se hacían dos
horas de puesto y seis de descanso, que la gente acostumbraba a
pasar durmiendo. La noche también era muy tranquila, los dos cabos se la repartían, uno estaba despierto hasta las dos y media, y
luego el otro controlaba hasta diana. El cabo primero se encerraba
en su cuarto y solía dar orden de que no se le molestara a no ser que viniera el enemigo.
El
puesto de la puerta era aburrido: estaba encarado hacia el campo
de Baterías, una gran extensión de terreno a las afueras de Segovia
que usaban como campo de tiro tanto la Academia de Artillería
como el Regimiento. Por la mañana un cabo siempre debía estar
junto a la puerta para abrirla y cerrarla, pues el personal de las
piezas maniobraba con ellas y continuamente estaban entrando
y saliendo del recinto. Hacia las dos, cuando se iban, la calma en
Baterías era absoluta y así se mantenía hasta la mañana
siguiente.
El
puesto de la carretera era más entretenido, ya que daba justo a la
carretera Madrid-Segovia, con lo que te podías distraer mirando
pasar los coches, camiones, autocares, etcétera. Justo delante,
al otro lado de la carretera, se encontraba la fábrica de los
afamados embutidos El Acueducto. También había una gasolinera.
Tal
vez lo único que molestara de Baterías -nada es perfecto- eran
las ratas. Ratas enormes, que pululaban a sus anchas por todo el
recinto militar, y que se concentraban en los bidones donde se
amontonaba la basura de varios meses, con los restos de comidas y
cenas de montones de guardias. Hablando de ratas, Baterías era
uno de los recintos favoritos del comandante San Juan para perpetrar sus emboscadas nocturnas a centinelas despreocupados. Tanto era así que cuando el amigo estaba de Jefe de Día, los cabos
primeros convocaban a toda la guardia en su cuartito y les
pedían que estuvieran ojo avizor, que les quedaba poca mili y
que a ver qué pasaba.
De
todas formas, cuando el susodicho no tenía servicio de Jefe de Día, más de una vez
toda la guardia -toda- se quedó durmiendo en su cuerpo y ningún
centinela vigiló que el enemigo no se llevara las bonitas piezas
ATP ni las ratas.
Amable
lector o lectora que esto lees, piensa y medita un momento lo que voy a
decirte. Ahora, en este momento, hay un puto artillero en la garita
de la Muerte que está sufriendo por ti y por la patria. Recuérdalo.