No
siempre era fácil salir de paseo. El primer sábado que pasamos en
el Regimiento, un grupo de guris de la Plana del Segundo quisimos
salir más tarde de las seis. Nadie nos había advertido de la odisea
que podía representar tal empresa. Vestidos de romano, avanzamos
decididos hacia la puerta de salida, hasta que el cabo de guardia,
con suficiencia y veteranía, nos barró el paso.
- Guris,
para salir tenéis que pedir permiso al oficial de guardia.
Aquel
sábado el oficial de guardia era un brigada del Primer Grupo, que
no teníamos aún el gusto de conocer, pero que con el tiempo
comprobaríamos que siempre estaba de mala leche y aquella tarde no
fue una excepción. Uno a uno, los cuatro o cinco guris fuimos
llamando a la puerta del despacho del oficial, pidiendo permiso para
salir y recibiendo la misma respuesta, clara y marcial:
- ¡A
la mierda!
- A
sus órdenes, mi brigada. ¿Ordena alguna cosa más?
- ¡A
la mierda, coño!
El
que llamó a la puerta no se quitó la boina, el que se quitó la
boina entró al despacho sin llamar, el que llamó y se quitó la
boina no saludó correctamente, el que lo hizo todo bien hasta ese
momento luego se hizo la picha un lío y le pidió veinte duros al
brigada para tomar una cerveza... Todos los putos guris hicimos mal
alguna cosa dentro de la consabida liturgia militar de solicitar
permiso a un superior para hacer algo, en este caso salir de paseo.
Así que nos tocó volver a la batería, cambiarnos de nuevo y
renunciar a nuestro paseo sabatino. Al día siguiente, domingo, ya
nos sabíamos la lección: salir a las seis con todo el personal,
pero no pudimos ponerla en práctica porque nos tocaba servicio.
Otras
veces los paseos podían llevar una propina aparejada. En el
Regimiento se organizaban algunas salidas culturales encuadradas
dentro del programa RES (Recreo Educativo del Soldado). Un oficial se
hacía cargo de un grupo de soldados y cabos y se los llevaba de
paseo a hacer una salida cultural por la ciudad. Una tarde de
invierno, De la Cruz y yo fuimos de los afortunados que nos tocó
realizar una visita a la catedral de Segovia, guiados por un teniente
de la Quinta Batería, bastante amable en el trato diario con
nosotros. Estuvimos dando vueltas por el interior de las naves,
construidas en gótico tardío, en el siglo XV, o en el XVI. El hombre no tenía mucha idea, pero como era
segoviano nos contó unas cuantas anécdotas de cuando era pequeño,
en un siglo indeterminado, y así pasamos la tarde. Acabamos la visita y la disertación a las
cinco y media.
- Bueno,
la visita ya está hecha. Espero que os haya gustado. A ver, son las
cinco y media, no hace falta que volvamos al Regimiento, así que os
quedáis por aquí y ya podéis comenzar el paseo. Vigilad que no os
pillen los de la PM, que hasta las seis no tenéis autorización
para estar fuera del cuartel. Hasta luego.
- ¡A
la orden, mi teniente!
De
la Cruz y yo entramos en una cafetería de la Calle Real, grande y
acogedora, donde nunca habíamos estado. Estábamos en 1982, pero
allí se podía haber rodado una película ambientada en los años
60 y no habría hecho falta gastar ni un duro en ambientación. Era
parte del encanto del lugar. Nunca más volvimos.
A
veces los paseos no eran tan plácidos. Nuestros bisabuelos nos
contaron que la tarde del golpe del 23-F (ellos lo vivieron allí,
eran guris), un poco más tarde de las seis se prohibió el paseo de
la tropa. Los de la PM fueron enviados rápidamente a las calles a buscar a los
soldados y cabos que habían salido a la hora reglamentaria, con
órdenes tajantes de regresar al Regimiento, si era necesario
encañonados por los subfusiles que habían dado a los calimeros. Todo para proteger el sistema democrático, por
supuesto.
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