Zopa
no se llamaba así, pero cuando a la hora de retreta leía el
menú del día siguiente, decía "Zopa de menudillo" o
"Zopa de pejcao", y bueno, pues le pusimos Zopa. Era
prepotente, zafio, bobo, pero él no lo sabía. Había llegado
al cénit de su vida: era cabo primero. Cuando saliera del ejército,
ya nada sería igual para él. Así que debía aprovechar el tiempo.
A la hora de paseo se hacía invitar por los mineros. Los mineros
atesoraban en sus taquillas más provisiones que la caravana de
Oregón. Así que Zopa se pegaba unas meriendas-cenas que temblaba el
misterio. Luego no necesitaba ir a ver al señor Oscar Mayer.
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