Y
terminó el permiso. Y regresamos a Segovia, esta vez cada uno por
sus propios medios, se habían acabado las excursiones con los
autocares del CIR.
Llegué
a Segovia en tren, desde Madrid. Fui tranquilamente hacia
el cuartel. Era un domingo de principios de septiembre.
Anochecía, la gente paseaba, y doscientos putos guris se
dirigían, ahora sí definitivamente, hacia el bonito Regimiento de Artillería.
Entré
en él y me dirigí a la batería. Había poca gente, lo
normal un domingo por la noche hasta diez minutos antes de
retreta. Dejé el petate en mi taquilla. Al poco llegó mi
compañero de taquilla, Mariano. Era un chico de San Fernando de
Henares, un pueblo cercano a Madrid. Comentamos lo típico, qué tal el permiso, bien, ya
ves, qué chungo, no? sí, mira, qué le vas a hacer... Fue una
persona con quien no tuve ningún problema a lo largo de la
mili. Y eso que un día tuvo que pedir un permiso para asistir a un
juicio en calidad de acusado. De robo. Debía robar en la vida
civil, porque en la militar, compartí taquilla con él durante
seis meses y nunca me faltó nada. Nadie del reemplazo dio nunca
la menor queja de Mariano. No sólo eso, durante el tiempo que estuvo
de camarero en el Hogar del Soldado, siempre que veía a alguien de nuestro
reemplazo en la cola lo atendía antes que a los otros, saltándose
el turno. Si alguien se quejaba, la respuesta de Mariano era
contundente:
-
Vete a tomar por culo.
Con
lo que el quejoso tenía dos alternativas, callarse o hacerle
caso a Mariano.
Si
Mariano no creaba problemas, empezaban a acercarse algunos
bisabuelos que sí podían crearlos. Apareció el armero bisabuelo,
un individuo de gafas de culo de vaso y hablar apretujado.
-
Oye, guri, ves a la Segunda Batería y pídeles la cinta de la
ametralladora, que nos hace falta para mañana.
Que
el armero me ordenara ir a buscar la cinta de la ametralladora
tenía cierta lógica,en el caso de que allí se usaran cintas de ametralladora. Que detrás de él hubiera dos bisabuelos
emitiendo risitas ahogadas hacía presuponer que aquello era la
novatada reglamentaria. Pero bueno, había que seguir la corriente, como nos había aconsejado el Alférez Mature en el
CIR. Así que salí del dormitorio rumbo a la Segunda Batería a
buscar la cinta de la ametralladora. Detrás mío, los
bisabuelos bobos de la Plana del Segundo venían a
certificar que yo cumplía la gilipollez urdida por Culo de Vaso.
Llegué a la Segunda Batería. Afortunadamente había poca gente. Le
dije al cuartelero lo de la cinta de la ametralladora. Se volvió
para reírse mejor y me dijo que esperara un momento, que llamaba
al suboficial de semana. Apareció
éste, que resultó ser un cabo primero, y le repetí lo de la cinta de la ametralladora. El primero de
semana era una persona sensata:
-
Chico, me parece que te están tomando el pelo.
-
Ya me lo imagino, pero es que me están siguiendo un par de
individuos y hasta que no me vean que he venido aquí no van a dejar
de seguirme.
-
Ya, ya. Bueno, pues aquí no tenemos cintas de ametralladoras.
-
A sus órdenes.
Bajé
la escalera y abajo me esperaban los dos bisasbobos.
-
Oye,
que no tienen cintas de ametralladora.
Ambos
se reían y me felicitaron por haber cumplido tan bien la genialidad
de Culo de Vaso. En su reducido cerebro existía la certeza de que
yo, dentro de nueve meses, enviaría a algún puto guri recién
llegado a la cocina a pedir la máquina de pelar ajos.
De
regreso a la batería, Culo de Vaso también me hizo saber que había
superado la prueba y era digno de permanecer allí. Lástima, ojalá
me hubieran echado entonces.
Fue
llegando la gente. Aparecieron Fermín y De la Cruz, y también el resto
del reemplazo. Pasamos retreta, la primera allí. Lo que más nos
sorprendió a los guris era la poca gente que había allí, unos
sesenta tíos, comparado con las enormes compañías del
CIR. La retreta se pasaba en el vestíbulo, y fue rápida. Rotas las
filas, los guris debíamos buscarnos una litera. Había
unas sesenta literas y unos setenta artilleros y cabos en
la batería. Eso hacía que faltaran diez literas, pero como
siempre había quince o veinte miembros de la batería de guardia
pasando la noche fuera, en la práctica sobraban literas. El
único problema era que los guris debíamos ir cada noche de
litera en litera, buscando las de aquellos que estaban de guardia.
Era una forma de conocer la batería, dormir cada noche en una
litera distinta. No fue hasta mediados de octubre, cuando
se marcharon los bisabuelos, que gozamos de litera fija.
Dormimos
más o menos. Todos esperábamos que hubiera más puteo por parte de
los bisabuelos hacia nosotros, pero las palabras de Buil y Félix
habían funcionado. La primera noche nos dejaron dormir. Y las otras
también, una vez los bisas cumplían el ritual de tirarnos
picharriba. La liturgia era sencilla: llegaban seis o siete
bisabuelos ante la litera de un guri, lo desalojaban de ella y
lo tiraban al suelo. Bueno, no era gran cosa. A mí sólo me lo
hicieron una vez, y he de reconocer que hasta Montoya me ayudó a
hacer la cama de nuevo. El que no aprendía era El Pestiño. Cada
noche lo tiraban. Entonces él se cagaba en la puta madre
que parió a los bisabuelos, con lo que a los dos minutos volvía
a estar en el suelo. Y así noche tras noche, hasta que los
bisabuelos se cansaron del juego.
Y
tocaron diana. Y empezamos la rutina que seguiríamos durante un año:
formar a la puta carrera en el vestíbulo, recuento, rompan filas,
lavarnos con agua fría -incluso en pleno invierno-, mear,
vestirnos, subir a desayunar formados, desayunar, volver a la
batería, barrer y fregar -los guris-, nueva formación para ver
qué se hacía para llenar la mañana, etc...
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