Y llegó el dia de la jura de bandera. Todos los putos chivos de todas las compañías, vestidos de bonito, formamos en la gran explanada central. Las tribunas estaban llenas de familiares que habían venido desde los cuatro puntos cardinales del país a ver el espectáculo. Los míos no estaban, afortunadamente. Después de una inflamada plática castrense-patriótica del coronel, llegamos al momento culminante del acto, al clímax, como si dijéramos: el juramento. El coronel lanzó la pregunta que todo el mundo esperaba, y no era la del abanderado de Marruecos: "¿Juráis, per vuestra conciencia y honor, defender la sagrada unidad de la patria y dar la vida por ella hasta la última gota de vuestra sangre si fuese menester?". Claro, en frío, una pregunta así acojona, pero estábamos a 15 de agosto, hacía un calor de la hostia y Zopa y el Fascista ya nos habían dejado claro que no había posibilidad de abrir una discusión sobre el tema y que teníamos que decir "Sí, lo juramos". Así que eso dijimos, aunque yo más bien entendí "Sí, nos vamos", pero no estoy muy seguro.
Para terminar el bonito acto, a una orden del coronel, dos mil individuos vestidos
todos igual levantaron al unísono su Cetme y se pusieron a correr
ordenadamente. El público presente rompió a
aplaudir. Los leones de Ángel Cristo cuando saltaban por la jaula del circo debían sentir lo mismo que sentí
yo en aquel momento.
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