martes, 15 de diciembre de 2015

Ráfaga 27

La instrucción sólo se interrumpía media hora a las on­ce, para co­mer un bocadi­llo. Hacía un calor sofocante y ha­bía un sólo botijo para una com­pañía de 170 tíos. El menú era algo monótono, un bocadillo de fuagrá (Zopa díxit) i un trago de agua. Y a veces, ni trago de agua.  Tras la pausa, a veces ha­cíamos teórica en el garigolo. El garigolo era una barraca cutre con cutres bancos de madera y un techo cutre a base de placas de uralita, algu­nas translú­ci­das, que dejaban pasar todo el calor del sol y hacía que nos cociéramos vivos allí dentro. Casi era preferi­ble pegar tumbos por el cam­po. De re­greso a la compa­ñía, teníamos apenas media hora para duchar­nos y for­mar para ir a comer. Las duchas esta­ban en la planta baja del edificio. Sin duda, era el lugar más agradable del CIR en ve­rano: dos pare­des pa­rale­las, situadas a una distancia de un metro y medio, por las que aso­maban muchos caños, situados arriba y abajo. El agua fría salía a pre­sión. Daba gusto de­mo­rarse y dejar resbalar el a­gua un largo rato por la piel, des­pués de haber estado toda la mañana saltando y ha­ciendo el gilipollas. Uno de los place­res mayores del CIR era plantarse ante uno de los caños su­periores, abrir la boca y beber, beber, be­ber... Era recomenda­ble, eso sí, vigilar los caños situados en la parte inferior, ya que si un cho­rro a presión impactaba en los huevos, la sen­sación no era tan pla­centera. Dos metros más allà, los marico­nes latentes se daban el lote pasando en­tre los moja­dos cuer­pos desnudos. Otro placer con­sistía en salir de la ducha y descu­brir que no te habían roba­do la toa­lla, la cami­seta, las zapa­tillas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario