La retreta era la última formación del día, tras la cena. Se leían los servicios del día siguiente y poca cosa más. Los chivos la pasábamos en posición descanso. Finalizada
la retreta, el suboficial de servicio, normalmente un cabo primero, se cuadraba y lanzaba el grito de
rigor:
-
¡Treinta y cuatro...
Y
antes de poder decir "Firmes", se oía la respuesta
trémula de cada noche:
- ¡Presente!
El
34 jamás aprendió que cuando terminaba la retreta, el grito de
¡Treinta
y cuatro! se dirigía a toda la compañía, no a él. Y cada noche resonaba
su voz antes de la voz de mando del suboficial. Una pena, con lo bien que nos quedaban últimamente...
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