sábado, 19 de diciembre de 2015

Ráfaga 31

A principios de agosto el teniente se fue de permiso y vino otro a sustituirle. Le llamaremos Sablazo. El teniente Sablazo era más joven que el otro, y le iba más la marcha. Corrían rumores de que llevaba al cuello una cruz negra, en castigo por haber matado a un recluta de una patada en los cojones. Eso de la cruz negra se explica en todos los CIR, y por lo visto viene a ser como una especie de leyenda urbana castren­se con efectos reflejos, ya que cuando nos lo dijeron todos nos lle­vamos las manos allí. Durante la instrucción, al teniente Sablazo le gustaba aco­meter a la calderilla con el sable cuan­do desfilaban mal. Con los guías no se metía, ya se ocupaba el Fascista de noso­tros. También le gustaba pontificar dando teórica, lo cual tenía un aspecto positivo: mientras él hablaba, noso­tros no corríamos ni pegábamos tumbos conquistando colinas. Un día habló de la bandera, y se preguntó en voz alta por qué en el país ya no se seguía la bella y en­trañable tradición de izar la bandera cada día en las escuelas. Se dejó lo de cantar el Cara al sol.  Luego preguntó quién era maestro, y nos trasladó la pregunta. En fin, respondimos con respuestas de compromiso, aunque a mí se me ocurrieron muchos argumentos para rebatir lo que acababa de pre­guntar, empezando por mi propia presencia allí, vestido de verde y en contra de mi voluntad. Pero dado el poco sentido del humor de aquella gente consideré más oportuno callarme.

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