A
principios de agosto el teniente se fue de permiso y vino otro a
sustituirle. Le llamaremos Sablazo. El teniente Sablazo era más
joven que el otro, y le iba más la marcha. Corrían rumores de que
llevaba al cuello una cruz negra, en castigo por haber matado a un
recluta de una patada en los cojones. Eso de la cruz negra se explica
en todos los CIR, y por lo visto viene a ser como una especie de leyenda urbana castrense con efectos reflejos, ya que cuando nos lo
dijeron todos nos llevamos las manos allí. Durante la instrucción, al teniente Sablazo
le gustaba acometer a la calderilla con el sable cuando
desfilaban mal. Con los guías no se metía, ya se ocupaba el
Fascista de nosotros. También le gustaba
pontificar dando teórica, lo cual tenía un aspecto positivo:
mientras él hablaba, nosotros no corríamos ni pegábamos
tumbos conquistando colinas. Un día habló de la bandera, y se
preguntó en voz alta por qué en el país ya no se seguía la bella
y entrañable tradición de izar la bandera cada día en las
escuelas. Se dejó lo de cantar el Cara al sol. Luego preguntó quién era maestro, y nos trasladó la
pregunta. En fin, respondimos con respuestas de compromiso, aunque a
mí se me ocurrieron muchos argumentos para rebatir lo que acababa de
preguntar, empezando por mi propia presencia allí, vestido de verde y en contra de mi voluntad. Pero dado el poco sentido del humor de aquella gente consideré más oportuno callarme.
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