jueves, 17 de diciembre de 2015

Ráfaga 29

Bonita marcha diurna de diez de la mañana a una de la tarde por la meseta leonesa, bajo el sol abra­sa­dor de principios de agosto. Lo peor de todo fue el polvo que levantamos 700 chivos -esta mar­cha la hicimos conjun­ta­mente las cuatro compañías del Tercer Batallón- cami­nando por caminos polvorientos, lógica­mente. Y la escasez de agua, para variar. No todo el mundo lo resistió. De regreso, ya cerca del campamento, un recluta de la compañía 33, gor­do, muy gor­do, estaba al lado del camino atendido por un cabo de su com­pañía. Tenía la cara roja, congestionada, y lloraba. Un sani­tario trató de convencer al teniente de la 33 de la nece­sidad de trasladar a aquel pobre infeliz en un vehículo hasta la compa­ñía. La respuesta del te­niente entroncaba con la más recia tradi­ción de nuestro ejér­cito:
- Nada, que se joda, que vaya andando, como todos.
A lo que el teniente de la 34, que no pertenecía precisamente a Médicos Sin Fronteras, comentó por lo bajo refiriéndose a su colega:
- Este cabrón no tiene entrañas.
Dos años después apareció una noticia en la prensa donde se informaba que el teniente de la 33 había reventado el bazo a un recluta de una patada.
No, si aún teníamos suerte de estar en la 34.

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