Bonita
marcha diurna de diez de la mañana a una de la tarde por la meseta leonesa, bajo
el sol abrasador de principios de agosto. Lo peor de todo fue el polvo que levantamos 700 chivos -esta marcha la hicimos
conjuntamente las cuatro compañías del Tercer
Batallón- caminando por caminos polvorientos, lógicamente.
Y la escasez de agua, para variar. No todo el mundo lo resistió. De regreso, ya
cerca del campamento, un recluta de la compañía 33, gordo, muy gordo,
estaba al lado del camino atendido por un cabo de su compañía.
Tenía la cara roja, congestionada, y lloraba. Un sanitario
trató de convencer al teniente de la 33 de la necesidad de
trasladar a aquel pobre infeliz en un vehículo hasta la compañía. La
respuesta del teniente entroncaba con la más recia tradición
de nuestro ejército:
-
Nada, que se joda, que vaya andando, como todos.
A
lo que el teniente de la 34, que no pertenecía
precisamente a Médicos Sin Fronteras, comentó por lo bajo
refiriéndose a su colega:
-
Este cabrón no tiene entrañas.
Dos
años después apareció una noticia en la prensa donde se informaba
que el teniente de la 33 había reventado el bazo a un recluta de una
patada.
No,
si aún teníamos suerte de estar en la 34.
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