Terminé
el puesto a las cuatro, volví al TOA-puesto de guardia e
intenté dormir un rato. A las siete ya estábamos de nuevo en pie,
todos a la puta carrera para ir a ningún sitio. Después de tanto
correr, nos pasamos un par de horas parados esperando la orden de
partida. Como siempre.
Total,
que al final salimos. Nos pasamos todo el día dando tumbos de
nuevo, parando, arrancando, parando, arrancando. Al atarceder
llegamos a otro prado -o tal vez fuera el mismo de la noche anterior,
vete a saber- y montamos de nuevo el campamento y la tienda. Cada vez
nos sobraban menos cosas al terminar de montarla. Como habíamos
llegado muy pronto al campamento, nos sobró tiempo para hablar
tranquilamente. Los mandos estaban la mar de contentos -ignoro
el motivo- y nos dejaron en paz un rato.
-
Mira, Simón del Desierto.
Exacto,
tal como había dicho De la Cruz, allí estaba el eremita. Velasco,
sentado sobre la hierba, barba de tres días, nariz aguileña, mirada
perdida mientras comía chocolate -su chocolate-... Ya no se hablaba
con nadie. Sólo Pretel le daba conversación, pero era porque
solía estar borracho y no le reconocía.
También
apareció de repente la Rata de Cloaca. Todavía no lo llamábamos
así, pero era él. En Aspariegos había desaparecido. Resulta
que como estaba asignado a transmisiones, lo habían metido en
un helicóptero y se había pasado todas las maniobras volando y
transmitiendo órdenes. La Rata era un individuo con ciertas
dificultades de expresión, por tanto era absolutamente lógico que
los militares lo destinaran a transmisiones.
Otro
que se pasó unas maniobras de miedo fue Martí. En la vida
civil era fotógrafo, así que no hizo ni una guardia y no paró de
hacer fotos castrenses. De la Cruz no sólo sabía hacer fotos,
hasta dirigía videos vanguardistas, pero claro, era un
guri. Y después del topetazo con Gilito, quedaba claro que no sería
llamado a altos destinos audiovisuales.
Después
de otra noche sin historia -y sin guardia, afortunadamente- nos
pasamos toda la mañana para hacer diez kilómetros.
Llegamos a una estación de tren muy bonita, con árboles y
flores. Allí embarcamos de nuevo los vehículos y tuvimos la tarde
libre para no hacer nada. Por lo visto ya volvíamos. Por la noche nos
autorizaron a subir al tren. Urco volvió a transmutarse en
jefe del PC y a Paniagua lo volvieron a pillar. Finalmente, el
tren arrancó. Pero duró poco el viaje, de madrugada nos
aparcaron en una vía muerta de la estación de Zamora y allí
pasamos varias horas. Al amanecer el tren arrancó de nuevo.
Todo el mundo pudo dormir ya que, por una vez, no hubo guardias.
Llegamos
a Segovia a las nueve. Descargamos los vehículos y llegamos al
cuartel. Nunca pensé que me alegraría al entrar en un cuartel. Pero
fue así, todos estábamos contentísimos de volver a dormir bajo
techo y de comer sopa sin tierra sentados a una mesa.
Se
organizaron los turnos para ducharse en la única ducha de la
batería. Empezaron los bisabuelos, por supuesto. A las diez entraba
en la ducha el primero. Yo -puto guri- pude ducharme a las seis de la
tarde. Y no fui el último. Para entretener la espera, nos dedicamos
a descargar los camiones, maniobra que, por supuesto, supervisó
Urco con su habitual aplomo.
Habíamos
sobrevivido a nuestras primeras maniobras. ¡Qué bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario