domingo, 10 de enero de 2016

Aspariegos 8

Al despertar, a la mañana siguiente, el cielo había caído sobre nuestras cabezas. De la Cruz y yo teníamos la tienda enci­ma. Menos mal que Gilito no estaba por allí. Desayunamos a la puta carrera, recogimos el campamento a la puta carrera y lue­go estu­vimos una hora parados, esperando iniciar la mar­cha.
Aquella mañana estaban previstas prácticas de tiro con las piezas ATP. Des­pués de un rato de marcha por una carretera comarcal desierta, paramos en una zona despejada. Las pie­zas ATP abandonaron la columna y tomaron posiciones en un cam­po cercano. Uno es de ciudad, pero es capaz de distinguir en­tre un terreno yermo y un campo sembrado. Y aquel campo estaba sem­brado. In­cluso diría que estaba muy bien sembrado. Bien, pues allí se apo­senta­ron las piezas, abriendo amplios surcos con sus metálicas cadenas. Levantaron los cañones y apun­taron. Por detrás estaban los del FDC. Yo pensaba en el pobre De la Cruz. Le to­caría reco­ger las mesas a él solo, pues yo seguía en el Land Rover del comandante, que se convirtió en el centro de mando, porque teníamos al tío de la radio.
El Comandante Cabezón y el Tecol se coloca­ron junto a la parte tra­sera del Land Rover. Los de FDC trans­mi­tían las coordenadas a las piezas, pero el Tecol debía darles el visto bueno, por lo que tenía­mos la radio conectada para oír las transmisiones. Pasó un heli­cóptero en vuelo rasante. Por lo visto era el general de la bri­gada, que inspeccionaba la Ope­ración Tenaza.
- Esto de dar una pasada con el licóstero debe ser una goza­da.
Tal fue el profundo comentario del Tecol.
Llegaban las coordenadas a la radio. El comandante las escu­chaba, consultaba sus papeles e intervenía:
- Corrección cuatro.
Y la pieza disparaba. Yo no sé si la corrección del cabe­zón se había tenido en cuenta, porque el cañón no se ha­bía movido ni un milímetro. Pero como uno no era militar profesional, no en­ten­día estas cosas tan complicadas. Pero el Tecol parece que tam­poco se enteraba mucho:
- Corrección cuatro -ordenaba el comandante-.
- Que no, que es corrección tres -exclamó el Tecol-.
- No, cuatro -insistía el cabezón-.
- ¡A ver, trae el libro!
Y allí estaban las máximas autoridades del Segundo Grupo  consultando en el libro si la corrección era tres o cuatro. Eso es profesio­nalidad.
En fin, las piezas disparaban -y el cañón seguía sin va­riar su ángulo de tiro, fuese la corrección tres o cuatro- y unos segundos después, a lo lejos, se veía surgir una columna de humo. Habíamos aniquilado a los rojos.
Luego nos enteramos de que las piezas no habían disparado obuses, sino simples salvas de pólvora. A unos centenares de metros, los zapadores, pasados unos segundos del estampido, desta­paban unos cuantos botes de humo donde se suponía que debía caer el proyectil, en el caso de que hubiese sido dispa­rado, claro. Ésas fueron las prácticas de tiro, el objetivo de las maniobras, que no se hi­cieron con fuego real porque resul­taban carísi­mas. Pero al ge­ne­ral le gustaron mucho y felicitó al coro­nel del regi­miento por lo bien que lo había­mos hecho. Y el coro­nel nos felicitó a noso­tros. La farsa seguía.
No nos enteramos de lo que dijo el payés zamorano al que las pie­zas ATP le habían destrozado el campo. Todo por la patria.


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