Al
despertar, a la mañana siguiente, el cielo había caído sobre
nuestras cabezas. De la Cruz y yo teníamos la tienda encima. Menos
mal que Gilito no estaba por allí. Desayunamos a la puta carrera,
recogimos el campamento a la puta carrera y luego estuvimos
una hora parados, esperando iniciar la marcha.
Aquella
mañana estaban previstas prácticas de tiro con las piezas ATP. Después de un
rato de marcha por una carretera comarcal desierta, paramos en una zona despejada. Las piezas ATP
abandonaron la columna y tomaron posiciones en un campo cercano.
Uno es de ciudad, pero es capaz de distinguir entre un terreno
yermo y un campo sembrado. Y aquel campo estaba sembrado.
Incluso diría que estaba muy bien sembrado. Bien, pues allí se
aposentaron las piezas, abriendo amplios surcos con sus
metálicas cadenas. Levantaron los cañones y apuntaron. Por
detrás estaban los del FDC. Yo pensaba en el pobre De la Cruz. Le
tocaría recoger las mesas a él solo, pues yo seguía en el
Land Rover del comandante, que se convirtió en el centro de mando,
porque teníamos al tío de la radio.
El
Comandante Cabezón y el Tecol se colocaron junto a la parte
trasera del Land Rover. Los de FDC transmitían las
coordenadas a las piezas, pero el Tecol debía darles el visto bueno,
por lo que teníamos la radio conectada para oír las
transmisiones. Pasó un helicóptero en vuelo rasante. Por lo
visto era el general de la brigada, que inspeccionaba la
Operación Tenaza.
-
Esto de dar una pasada con el licóstero debe ser una gozada.
Tal
fue el profundo comentario del Tecol.
Llegaban
las coordenadas a la radio. El comandante las escuchaba,
consultaba sus papeles e intervenía:
-
Corrección cuatro.
Y
la pieza disparaba. Yo no sé si la corrección del cabezón se
había tenido en cuenta, porque el cañón no se había movido ni un milímetro.
Pero como uno no era militar profesional, no entendía
estas cosas tan complicadas. Pero el Tecol parece que tampoco se
enteraba mucho:
-
Corrección cuatro -ordenaba el comandante-.
-
Que no, que es corrección tres -exclamó el Tecol-.
-
No, cuatro -insistía el cabezón-.
-
¡A ver, trae el libro!
Y
allí estaban las máximas autoridades del Segundo Grupo consultando en el libro si la
corrección era tres o cuatro. Eso es profesionalidad.
En
fin, las piezas disparaban -y el cañón seguía sin variar su
ángulo de tiro, fuese la corrección tres o cuatro- y unos segundos
después, a lo lejos, se veía surgir una columna de humo. Habíamos
aniquilado a los rojos.
Luego
nos enteramos de que las piezas no habían disparado obuses, sino
simples salvas de pólvora. A unos centenares de metros, los
zapadores, pasados unos segundos del estampido, destapaban unos
cuantos botes de humo donde se suponía que debía caer el proyectil,
en el caso de que hubiese sido disparado, claro. Ésas fueron
las prácticas de tiro, el objetivo de las maniobras, que no se
hicieron con fuego real porque resultaban carísimas.
Pero al general le gustaron mucho y felicitó al coronel
del regimiento por lo bien que lo habíamos hecho. Y el
coronel nos felicitó a nosotros. La farsa seguía.
No
nos enteramos de lo que dijo el payés zamorano al que las piezas ATP le
habían destrozado el campo. Todo por la patria.
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