jueves, 14 de enero de 2016

Navidad y otras fechas 1

A mediados de noviembre el capitán tuvo a bien concedernos a unos cuantos putos guris de la batería veinte días de permiso. Veinte. Seguidos.
La cosa fue la mar de rápida. Un miércoles a media mañana, Beasaín fue llamado al despacho del capitán. De allí regresó con varias propuestas de permiso en la mano.
- Te vas de permiso veinte días -me dijo nada más entrar en la furrielería-.
Allí estaban los papeles. Cinco o seis guris. Y algún padre. En esa época yo estaba haciendo el curso de cabo. Y comprobé que el día del examen caía justo en medio del permiso. Y teniendo en cuenta que el profe era La Tulipe, consideré bastante sensato ir a consultarle sobre el asunto.
¿Y dónde se puede localizar a un oficial cuando no está en la batería? Justo, en el bar de oficiales.
- Mi teniente, que el capitán me ha dado veinte días de permiso, y coincide con el examen de cabo.
- Bueno... -quedó pensativo un rato- . Bueno, vete y a la vuelta ya decidiremos qué pasa con el examen, no te preocupes.
- A la orden.
Total, que me fui después de comer. Tren de cercanías hasta Madrid y expreso nocturno hasta Barcelona, en compañía de un cabo de la Guardia Real. Tuvimos todo el departamento de segunda para nosotros, así que dormimos más o menos cómodamente estirados en los asientos de skai azul. El hombre tenía tablas, ya que a punto de salir el tren de Chamartín se nos presentó en el departamento otro colega con petate, dispuesto a aposentarse. El cabo lo miró -el recién llegado era aún más guri que yo- y le dijo con voz bien modulada:
- Oye, que el tren va casi vacío. Mira a ver si pillas un departamento desocupado y así iremos todos más cómodos.
- A la orden - y colega y petate desaparecieron-.

Cuando hacía el petate en la batería, Martí me pidió que le diera recuerdos de su parte al Mediterráneo. Él era de Valencia y en la mesetaria Segovia echaba de menos el mar. Así que cumplí su petición y uno de los días del permiso fui a ver el mar de Badalona. Y me di cuenta de que yo también lo echaba de menos, aunque hasta entonces no lo había advertido. En uno de los primeros paseos por Segovia, junto con otro guri fuimos a visitar el Alcázar, estratégicamente situado sobre una gran peña bajo la cual se juntan los ríos Eresma y Clamores. Subimos hasta la torre que domina la fortaleza por una escalera infame y una vez arriba contemplamos el paisaje. A un lado, la ciudad de Segovia. Al otro, un inmenso páramo de color ocre sin un sólo árbol en  varios kilómetros a la redonda. ¡Que desolación! Allí faltaba agua. Esa zona ganaría mucho con un buen mar a sus pies. Así que en cada permiso o rebaje se repitió la liturgia, la visita al Mediterráneo, normalmente a través de un paseo por la Rambla de Badalona.
Otro de los paseos habituales de los permisos fue recorrer las calles que rodean la Plaça Vella de Badalona. Un día de finales de octubre, a media mañana, en la furrielería, sufrí un ataque de nostalgia y lo primero que me vino a la cabeza fueron las calles estrechas que rodean el viejo mercado, llenas de gente a esa hora, recorriendo y observando las paradas de frutas y verduras situadas en el exterior del mercado. Total, que ésa se convirtió en otra visita habitual. Y también las Galerías Maldà, situadas entre la Portaferrissa y la Plaça del Pi. De pequeño, cuando iba a Barcelona con mi madre, pasábamos por allí y recuerdo que me fascinaban aquellas tiendas situadas en aquellos corredores cubiertos. Hacía años que yo no iba a las Galerías Maldà. Pero durante ese largo permiso pasé por allí varias veces.
Uno de los días de permiso, escuchando en casa un programa de Àngel Casas en Ràdio 4, el locutor introdujo una canción de un grupo argentino que se llamaba Les Luthiers. La voz de Marcos Munstock describía el viaje de Johann Sebastian Mastropiero a América, donde se encontraría con su mafioso hermano gemelo Harold. Y luego sóno la pieza Laizy Daisy. Fue la primera vez que supe de Les Luthiers, el inicio de una larga serie de momentos gratos y agradables oyendo y disfrutando del grupo argentino. Dos años más tarde, acabada la mili, compré el doble LP Mastropìero que nunca. Y en 1984 fui a verlos con mi hermano, por primera vez, al teatro Tívoli de Barcelona.

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