Pasó
el permiso y regresé a Segovia por el procedimiento habitual durante
los primeros meses de mili: puente aéreo Barcelona - Madrid y tren de cercanías. Era
domingo por la tarde. Faltaba una semana para Navidad. Y a pesar de
la quemazón habitual que todos sentíamos al volver al cuartel tras
un permiso o un rebaje, mientras recorría el camino entre la
estación y el cuartel no dejaba de repetirme -a ver si al final
me lo creía- que la situación era mejor que hacía tres meses,
cuando hice ese mismo camino por primera vez, después de disfrutar
de aquella semana de permiso recién incorporado al Regimiento. A fin de
cuentas, me quedaban tres meses menos de mili. Además, el regreso a
la batería presentaba un nuevo aliciente: ya se habrían incorporado
los del reemplazo 80-7º,
con lo cual, automáticamente, los del 80-5º
habíamos ascendido a padres y dejaríamos de barrer y fregar. Por fin podría
ver a alguien a quien le quedara más mili que a mí.
Anonadado
por la profundidad de mis pensamientos, decidí parar en uno de los
bares cercanos al cuartel -bares contaminados de mili, según De la
Cruz- y cenar. Un bocata de lomo y una cerveza, cena habitual de
muchísimos días de mili. Ya eran más de las nueve, así
que decidí entrar ya en el Regimiento.
Nada
más abrir la puerta de la batería ya pude percibir tres o cuatro
caretos nuevos sentados ante la televisión. Y el saludo del
cuartelero:
- ¡Culebra! ¡Otro
culebra que vuelve! ¿Qué
pásssa?
Culebra
era el adjetivo con el que se calificaba a los que disfrutaban de un permiso. De dicho adjetivo se derivaba el verbo
culebrear, aplicado a todo aquel que obtenía un permiso. ¿Por
qué culebrear? Porque metafóricamente se suponía que el susodicho se había arrastrado por el suelo
ante los mandos para obtenerlo. También se utilizaba la
locución "dar un
pechazo" como sinónimo del mencionado verbo.
En
fin, fui a la taquilla y empecé a vaciar el petate. Al margen de
los nuevos, no había cambiado nada, excepto mi estatus. Así me lo
recordó Sánchez.
-
Coño, te vas de guri y vuelves de padre...
- Y
tu eras padre y ya eres abuelo...
Entré
en la furrielería, donde Miguel preparaba el estadillo de retreta.
- ¡Hombre,
culebra, ya estás aquí! ¿Cómo
ha ido?
-
Bien, pero vuelvo muy quemado.
- Y
cada vez que regreses de un permiso lo estarás más. Oye, por
cierto, llegaron un par de cartas para ti, estaban en la mesa del
cuartelero y algún cabrón las ha abierto. Te las he guardado aquí,
toma.
Miguel
sacó del cajón de la mesa un par de sobres abiertos. Eran dos
cartas que yo esperaba y comprobé que las cartas sí estaban en el
interior. Al margen de eso, no debía haber nada más allí adentro,
por lo que el ladrón debió quedar frustrado.
A
la salida de la furrielería me crucé con Reina Santa, el corneta,
que además de decirme "Culebra,
ya estás aquí" me
informó de que alguien me había abierto las cartas.
-
Ya me lo ha dicho Miguel. Algún hijo de puta, pero se ha jodido
porque no había dinero en los sobres. Que le den por culo.
-
Eso, eso, que le den.
Reina Santa era lo más parecido a un bandolero de Sierra Morena: moreno,
mal afeitado, mal encarado... y las semejanzas
no acababan en el aspecto.
El
Cabo Blanco, de guardia, apareció por la batería y nada más verme
me obsequió con uno de sus comentarios mordaces.
-
Hombre, culebra, ¿por
qué vuelves si te has de volver a ir de aquí a dos días?
- ¿Qué dices?
-
Han salido los turnos del permiso de Navidad. Te vas en el primer
turno, la semana que viene. Pasarás la Navidad en casa.
- ¿Y tu?
-
Tu amigo Urco me ha colocado en el segundo turno. Al menos podré ir
a tomar las uvas a la Puerta del Sol.
Era
cierto, en el tablón de anuncios de la batería estaba la lista de
los permisos de Navidad. Media batería se iba al lunes siguiente,
día 21. La otra media se iba el día 30, cuando volviéramos los
otros.
Fue
llegando la gente de mi reemplazo que había marchado de rebaje o de
escapada, entre ellos De la Cruz.
- ¿Cómo ha ido el
permiso, culebra?
-
Bien, bien. ¿Y tú por
aquí?
-
Controlando un huevo y haciendo más guardias que un gilipollas,
tío. Pero el jueves nos hacen cabos.
- ¿El jueves? ¿A
mí también? Si no he hecho el examen.
-
También. Fermín, Martínez, Paniagua, Martín, Velasco, tú y yo.
Cierto,
a mí también me hicieron cabo, sin haber hecho el examen. No sólo
eso, fui el número uno de la promoción, debido a un examen parcial
que hizo La Tulipe al poco de empezar el curso de cabos. Por lo visto
el teniente quedó hondamente impresionado por el uso que hice del
teorema de Pitágoras para resolver un problema de balística que nos
puso. En fin, parece ser que yo estaba prodigiosamente dotado para la
Artillería. Lástima no haberlo sabido antes.
Y
sí, el jueves de aquella semana nos hicieron cabos, a los siete
elegidos del reemplazo: Fermín, De la Cruz, Velasco, Paniagua, Martín,
Martínez el facha y yo. Para celebrarlo, Urco cogió el cuadrante y
el día antes nos mandó a todos de guardia a Prevención y a
Polvorines. Nuestras últimas guardias de artilleros. Y en esa
guardia en Polvorines, a mediados de diciembre, de madrugada, hice el
puesto de guardia más glacial que recuerdo.
Al
día siguiente, retornados de la guardia, nos faltó tiempo para
ponernos los tres galones rojos que indicaban que éramos cabos
tomateros. Más exactamente, cabos guris. Quedábamos libres de
imaginarias, de puestos de guardia, de cocinas y comedores... y poca
cosa más, en lo demás seguíamos igual de puteados que los artºs.
Y la
bonita Navidad se acercaba y todo el mundo quedaba imbuido de su
espíritu de paz y fraternidad. Pues nada, a ver si con un poco de
suerte nos mandaban a todos a casa para siempre, ya que la paz no necesita
ejércitos. Pero no, la cosa iba por otro lado. La Tulipe tuvo una
idea genial: construir un cañón de yeso y en su interior instalar
un belén. Atronante. Durante varios días, los servicios fueron
ocupados por una tropa de artilleros que en su vida civil trabajaban
en la construcción, dirigidos por Cabo, que con penas y fatigas
construyeron un cilindro apoyado en dos piezas al cual llamaron
cañón. Para que trabajaran en paz, La Tulipe ordenó que fueran rebajados de servicios durante una semana, ante el disgusto de Urco. Fatigosamente se trasladó la patética bombarda desde los
servicios hasta la sala de televisión, cruzando toda la batería.
Para ello hubo que apartar literas, taquillas y bancos. Aquello parecía el paso de la Macarena entrando en la catedral de Sevilla en la madrugá. Finalmente, ya instalado, se pintó y barnizó, se realizó una
instalación eléctrica y en el interior del cilindro se puso un
belén con todos sus elementos reglamentarios. Los artilleros
participantes emplearon un entusiasmo digno de mejor causa, tal vez
con la esperanza de obtener algún permiso, pero La Tulipe les vino a
decir que deberían sentirse satisfechos de estar allí y haber
contribuido al embellecimiento de la batería. ¿O
acaso no se sentían satisfechos?
- Sí, sí,
mi teniente, mucho. Usted dirá.
Durante
los días del ciclo navideño todos los mandos del Regimiento pasaron
por la batería para ver el cañón de marras. No sólo eso, los
padres y la novia de La Tulipe también hicieron acto de presencia
para contemplar la obra de su retoño y novio respectivo. E incluso
se presentó a verlo la familia del Tío Tirantes, un guri
inclasificable que acababa de llegar en el último reemplazo y que
había cometido la crueldad de llevar a sus padres y a su novia hasta
la batería donde hacía la mili.
En
fin, aquel cañón y lo que representaba era tan contradictorio como
un plato de sandía con mortadela, y durante todo el tiempo que
estuvo allí fue el tema de conversación preferido del sector
crítico -Viñas, el Cabo Blanco, Beasaín, De la Cruz, Velasco...-.
Además, nos robaba espacio a la hora de las formaciones y no nos
podíamos cubrir reglamentariamente.
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