viernes, 15 de enero de 2016

Navidad y otras fechas 2


Pasó el permiso y regresé a Segovia por el procedimiento habitual durante los primeros meses de mili: puente aéreo Barcelona - Madrid y tren de cercanías. Era domingo por la tarde. Faltaba una semana para Navidad. Y a pesar de la quemazón habitual que todos sentíamos al volver al cuartel tras un permiso o un rebaje, mientras recorría el camino entre la estación y el cuartel no dejaba de repetirme -a ver si al final me lo creía- que la situación era mejor que hacía tres meses, cuando hice ese mismo camino por primera vez, después de disfrutar de aquella semana de permiso recién incorporado al Regimiento. A fin de cuentas, me quedaban tres meses menos de mili. Además, el regreso a la batería presentaba un nuevo aliciente: ya se habrían incorporado los del reemplazo 80-7º, con lo cual, automáticamente, los del 80-5º habíamos ascendido a padres y dejaríamos de barrer y fregar. Por fin podría ver a alguien a quien le quedara más mili que a mí.
Anonadado por la profundidad de mis pensamientos, decidí parar en uno de los bares cercanos al cuartel -bares contaminados de mili, según De la Cruz- y cenar. Un bocata de lomo y una cerveza, cena habitual de muchísimos días de mili. Ya eran más de las nueve, así que decidí entrar ya en el Regimiento.
Nada más abrir la puerta de la batería ya pude percibir tres o cuatro caretos nuevos sentados ante la televisión. Y el saludo del cuartelero:
- ¡Culebra! ¡Otro culebra que vuelve! ¿Qué pásssa?
Culebra era el adjetivo con el que se calificaba a los que disfrutaban de un permiso. De dicho adjetivo se derivaba el verbo culebrear, aplicado a todo aquel que obtenía un permiso. ¿Por qué culebrear? Porque metafóricamente se suponía que el susodicho se había arrastrado por el suelo ante los mandos para obtenerlo. También se utilizaba la locución "dar un pechazo" como sinónimo del mencionado verbo.
En fin, fui a la taquilla y empecé a vaciar el petate. Al margen de los nuevos, no había cambiado nada, excepto mi estatus. Así me lo recordó Sánchez.
- Coño, te vas de guri y vuelves de padre...
- Y tu eras padre y ya eres abuelo...
Entré en la furrielería, donde Miguel preparaba el estadillo de retreta. 
 - ¡Hombre, culebra, ya estás aquí! ¿Cómo ha ido?
- Bien, pero vuelvo muy quemado.
- Y cada vez que regreses de un permiso lo estarás más. Oye, por cierto, llegaron un par de cartas para ti, estaban en la mesa del cuartelero y algún cabrón las ha abierto. Te las he guardado aquí, toma.
Miguel sacó del cajón de la mesa un par de sobres abiertos. Eran dos cartas que yo esperaba y comprobé que las cartas sí estaban en el interior. Al margen de eso, no debía haber nada más allí adentro, por lo que el ladrón debió quedar frustrado.
A la salida de la furrielería me crucé con Reina Santa, el corneta, que además de decirme "Culebra, ya estás aquí" me informó de que alguien me había abierto las cartas.
- Ya me lo ha dicho Miguel. Algún hijo de puta, pero se ha jodido porque no había dinero en los sobres. Que le den por culo.
- Eso, eso, que le den.
Reina Santa era lo más parecido a un bandolero de Sierra Morena: moreno, mal afeitado, mal encarado... y las semejanzas no acababan en el aspecto.
El Cabo Blanco, de guardia, apareció por la batería y nada más verme me obsequió con uno de sus comentarios mordaces.
- Hombre, culebra, ¿por qué vuelves si te has de volver a ir de aquí a dos días?
- ¿Qué dices?
- Han salido los turnos del permiso de Navidad. Te vas en el primer turno, la semana que viene. Pasarás la Navidad en casa.
- ¿Y tu?
- Tu amigo Urco me ha colocado en el segundo turno. Al menos podré ir a tomar las uvas a la Puerta del Sol.
Era cierto, en el tablón de anuncios de la batería estaba la lista de los permisos de Navidad. Media batería se iba al lunes siguiente, día 21. La otra media se iba el día 30, cuando volviéramos los otros.
Fue llegando la gente de mi reemplazo que había marchado de rebaje o de escapada, entre ellos De la Cruz.
- ¿Cómo ha ido el permiso, culebra?
- Bien, bien. ¿Y tú por aquí?
- Controlando un huevo y haciendo más guardias que un gilipollas, tío. Pero el jueves nos hacen cabos.
- ¿El jueves? ¿A mí también? Si no he hecho el examen.
- También. Fermín, Martínez, Paniagua, Martín, Velasco, tú y yo.
Cierto, a mí también me hicieron cabo, sin haber hecho el examen. No sólo eso, fui el número uno de la promoción, debido a un examen parcial que hizo La Tulipe al poco de empezar el curso de cabos. Por lo visto el teniente quedó hondamente impresionado por el uso que hice del teorema de Pitágoras para resolver un problema de balística que nos puso. En fin, parece ser que yo estaba prodigiosamente dotado para la Artillería. Lástima no haberlo sabido antes.
Y sí, el jueves de aquella semana nos hicieron cabos, a los siete elegidos del reemplazo: Fermín, De la Cruz, Velasco, Paniagua, Martín, Martínez el facha y yo. Para celebrarlo, Urco cogió el cuadrante y el día antes nos mandó a todos de guardia a Prevención y a Polvorines. Nuestras últimas guardias de artilleros. Y en esa guardia en Polvorines, a mediados de diciembre, de madrugada, hice el puesto de guardia más glacial que recuerdo.
Al día siguiente, retornados de la guardia, nos faltó tiempo para ponernos los tres galones rojos que indicaban que éramos cabos tomateros. Más exactamente, cabos guris. Quedábamos libres de imaginarias, de puestos de guardia, de cocinas y comedores... y poca cosa más, en lo demás seguíamos igual de puteados que los artºs.
Y la bonita Navidad se acercaba y todo el mundo quedaba imbuido de su espíritu de paz y fraternidad. Pues nada, a ver si con un poco de suerte nos mandaban a todos a casa para siempre, ya que la paz no necesita ejércitos. Pero no, la cosa iba por otro lado. La Tulipe tuvo una idea genial: construir un cañón de yeso y en su interior instalar un belén. Atronante. Durante varios días, los servicios fueron ocupados por una tropa de artilleros que en su vida civil trabajaban en la construcción, dirigidos por Cabo, que con penas y fatigas construyeron un cilindro apoyado en dos piezas al cual llamaron cañón. Para que trabajaran en paz, La Tulipe ordenó que fueran rebajados de servicios durante una semana, ante el disgusto de Urco. Fatigosamente se trasladó la patética bombarda desde los servicios hasta la sala de televisión, cruzando toda la batería. Para ello hubo que apartar literas, taquillas y bancos. Aquello parecía el paso de la Macarena entrando en la catedral de Sevilla en la madrugá. Finalmente, ya instalado, se pintó y barnizó, se realizó una instalación eléctrica y en el interior del cilindro se puso un belén con todos sus elementos reglamentarios. Los artilleros participantes emplearon un entusiasmo digno de mejor causa, tal vez con la esperanza de obtener algún permiso, pero La Tulipe les vino a decir que deberían sentirse satisfechos de estar allí y haber contribuido al embellecimiento de la batería. ¿O acaso no se sentían satisfechos?
        - Sí, sí, mi teniente, mucho. Usted dirá.
Durante los días del ciclo navideño todos los mandos del Regimiento pasaron por la batería para ver el cañón de marras. No sólo eso, los padres y la novia de La Tulipe también hicieron acto de presencia para contemplar la obra de su retoño y novio respectivo. E incluso se presentó a verlo la familia del Tío Tirantes, un guri inclasificable que acababa de llegar en el último reemplazo y que había cometido la crueldad de llevar a sus padres y a su novia hasta la batería donde hacía la mili.
En fin, aquel cañón y lo que representaba era tan contradictorio como un plato de sandía con mortadela, y durante todo el tiempo que estuvo allí fue el tema de conversación preferido del sector crítico -Viñas, el Cabo Blanco, Beasaín, De la Cruz, Velasco...-. Además, nos robaba espacio a la hora de las formaciones y no nos podíamos cubrir reglamentariamente.

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