sábado, 2 de enero de 2016

Aspariegos 1

A la semana siguiente de terminar el entrenamiento inten­sivo dirigido por La Tulipe nos fuimos a Zamora a hacer unas maniobras de brigada. Nuestro regimiento formaba parte de la Brigada de Caballería Jarama, compuesta por regimientos varios de caballería y arti­llería acuartelados en Segovia -no­sotros-, Vallado­lid, As­torga y Salamanca. El lema de la Briga­da pre­si­día el bonito come­dor de tropa del regimiento, y era el mis­mo del Ca­pitán Trueno: "Santiago y cierra Espa­ña".
La semana de margen entre el fin de la tortura y la mar­cha de maniobras no fue precisamente de vacaciones. An­duvi­mos va­rios días acarreando baúles llenos de cosas desde la batería hasta los camiones aparcados en la plaza del Lagarto. Urco dirigía las operaciones con total profesionalidad y efi­cacia, sin arrugarse el uniforme lo más mínimo. Cada vez que se cru­zaba por los pasi­llos con Súper­happy, le espetaba ale­gremente:
- ¡Féli, ya ti llenao tre camióne!
Tal afirmación provocaba la justa réplica de De la Cruz:
- ¡Su puta madre! ¡Como si los hubiera cargado él, y no nosotros! ¿Por qué no se calla, al menos?
Finalmente llegó el gran día. Antes de tocar diana, Mon­toya, el tirador nato, ya se encontraba trasteando en su ta­quilla. Él no venía de maniobras y ese día entraba de guar­dia, por supuesto. Sonó el teléfono de la fu­rrielería y lo cogió el imaginaria, Gaspar, un tipo de Oropesa del Mar. Él tampoco iba de maniobras.
Al fin tocó la corneta. Montoya, con toda la fuerza de sus pulmones, entonó el grito ritual, aunque no le correspon­día a él, sino al imaginaria. Gaspar le dejó hacer.
- ¡¡¡BATERÍA, DIANA!!!
En el fondo, a aquel hombre le gustaba la mili.
Y venga, la historia de siempre. Formar, recuento, romper filas, mear, lavarse, subir a desayunar... De nuevo en la ba­te­ría, recibimos órdenes de seguir empaque­tando cosas. Aunque pare­ciera increí­ble, todavía quedaban trastos por car­gar en los ca­miones. Andaba yo cargando una de las máqui­nas de escri­bir de la fu­rrielería cuando me fue dado observar una imagen que per­manece­rá en mi retina hasta el fin de los tiem­pos: Ur­co ves­tido con traje de campaña.
Vestía el uniforme de faena habitual, pero un ele­mento nuevo le confería un aspecto fasci­nante: llevaba un casco en la cabeza. Un casco tipo alemán, que le hacía aún más acha­pa­rrado y cua­drado de lo que ya era. Al casco se le aña­dían va­rios correa­jes y un bra­zalete en el brazo, con la ins­crip­ción PC en le­tras blancas sobre dos franjas, una negra y otra roja. Aque­llo empeza­ba a ser fascinante. Corrían por la batería otros indivi­duos también tocados con casco y con el brazale­te de marras. Luego nos en­teramos que PC que­ría de­cir Pelotón de Circula­ción, y las per­sonas que lo lleva­ban estaban desti­nadas a una alta misión que más tarde se ex­plica­rá.
Urco me ordenó que me diera prisa con la máquina. A todo el mundo le decía que se diera prisa. Por lo visto, estaba ansio­so de ir a comunicar a Súperhappy que el último camión había sido cargado y que la operación había terminado. Efecti­vamente, carga­mos el último camión a toda prisa y luego nos pa­samos una hora esperando en la plaza del Lagarto. Urco y los del PC habían desa­parecido. Velasco comía chocola­te. De la Cruz se acer­có y le pidió un poco.
- No, el chocolate es mío.
- Va, tío, dame un poco de chocolate, hombre -insistió De la Cruz con su sonrisa más encantadora-.
- No, es mío - respondió Velasco con su cara más agria-.
- Va, coño, no digas bobadas. Dame un poco, por favor.
- No, no y no. Es mío, ¿te enteras? Mío. El chocolate es mío. Y me lo como yo.
Aún no habíamos salido del cuartel y Velasco estaba empe­zando a dar muestras de cierto dese­quilibrio mental. To­tal, que De la Cruz le encargó a Juan Domingo, el orde­nanza de nuestra bate­ría, una tableta de chocolate, que luego com­partimos. Los or­de­nanzas tenían pase para entrar y salir del cuartel a dis­cre­ción y aceptaban todo tipo de encargos, siempre que el encargador pagara por adelantado. 

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