A
la semana siguiente de terminar el entrenamiento intensivo
dirigido por La Tulipe nos fuimos a Zamora a hacer unas maniobras de
brigada. Nuestro regimiento formaba parte de la Brigada de Caballería
Jarama, compuesta por regimientos varios de caballería y artillería
acuartelados en Segovia -nosotros-, Valladolid, Astorga
y Salamanca. El lema de la Brigada presidía el bonito
comedor de tropa del regimiento, y era el mismo del
Capitán Trueno: "Santiago y cierra España".
La
semana de margen entre el fin de la tortura y la marcha de
maniobras no fue precisamente de vacaciones. Anduvimos
varios días acarreando baúles llenos de cosas desde la batería
hasta los camiones aparcados en la plaza del Lagarto. Urco dirigía
las operaciones con total profesionalidad y eficacia, sin
arrugarse el uniforme lo más mínimo. Cada vez que se cruzaba
por los pasillos con Súperhappy, le espetaba alegremente:
-
¡Féli, ya ti llenao tre camióne!
Tal
afirmación provocaba la justa réplica de De la Cruz:
-
¡Su puta madre! ¡Como si los hubiera cargado él, y no nosotros! ¿Por qué no se calla, al menos?
Finalmente llegó el gran día.
Antes de tocar diana, Montoya, el tirador nato, ya se encontraba
trasteando en su taquilla. Él no venía de maniobras y ese día
entraba de guardia, por supuesto. Sonó el teléfono de la
furrielería y lo cogió el imaginaria, Gaspar, un tipo de
Oropesa del Mar. Él tampoco iba de maniobras.
Al
fin tocó la corneta. Montoya, con toda la fuerza de sus pulmones,
entonó el grito ritual, aunque no le correspondía a él, sino
al imaginaria. Gaspar le dejó hacer.
-
¡¡¡BATERÍA, DIANA!!!
En
el fondo, a aquel hombre le gustaba la mili.
Y
venga, la historia de siempre. Formar, recuento, romper filas, mear,
lavarse, subir a desayunar... De nuevo en la batería,
recibimos órdenes de seguir empaquetando cosas. Aunque
pareciera increíble, todavía quedaban trastos por cargar
en los camiones. Andaba yo cargando una de las máquinas de
escribir de la furrielería cuando me fue dado observar una
imagen que permanecerá en mi retina hasta el fin de los
tiempos: Urco vestido con traje de campaña.
Vestía el uniforme de faena habitual, pero un elemento nuevo le
confería un aspecto fascinante: llevaba un casco en la cabeza.
Un casco tipo alemán, que le hacía aún más achaparrado
y cuadrado de lo que ya era. Al casco se le añadían
varios correajes y un brazalete en el brazo, con la
inscripción PC en letras blancas sobre dos franjas,
una negra y otra roja. Aquello empezaba a ser fascinante.
Corrían por la batería otros individuos también tocados con
casco y con el brazalete de marras. Luego nos enteramos que
PC quería decir Pelotón de Circulación, y las
personas que lo llevaban estaban destinadas a una alta
misión que más tarde se explicará.
Urco
me ordenó que me diera prisa con la máquina. A todo el mundo le
decía que se diera prisa. Por lo visto, estaba ansioso de ir a
comunicar a Súperhappy que el último camión había sido cargado y
que la operación había terminado. Efectivamente, cargamos
el último camión a toda prisa y luego nos pasamos una hora
esperando en la plaza del Lagarto. Urco y los del PC habían
desaparecido. Velasco comía chocolate. De la Cruz se acercó
y le pidió un poco.
-
No, el chocolate es mío.
-
Va, tío, dame un poco de chocolate, hombre -insistió De la Cruz con su
sonrisa más encantadora-.
-
No, es mío - respondió Velasco con su cara más agria-.
-
Va, coño, no digas bobadas. Dame un poco, por favor.
-
No, no y no. Es mío, ¿te enteras? Mío. El chocolate es mío. Y me
lo como yo.
Aún
no habíamos salido del cuartel y Velasco estaba empezando a dar
muestras de cierto desequilibrio mental. Total, que De la Cruz
le encargó a Juan Domingo, el ordenanza de nuestra batería,
una tableta de chocolate, que luego compartimos. Los
ordenanzas tenían pase para entrar y salir del cuartel a
discreción y aceptaban todo tipo de encargos, siempre que el encargador pagara por adelantado.
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