A
punto de acabar nuestro máster en instrucción de orden cerrado,
psicodrama bélico y teórica con coronel yayo incluido (y el
Titulcia su Curso de Amanuenses) nos fue dado conocer a nuestro
sargento primero. Cuando llegamos a la Plana del Segundo el hombre
estaba de permiso. Todos los veteranos nos decían que “uy, va
veréis cuando vuelva el sargento primero”. Y sí, la verdad es que volvió, lo vimos, y ¡uy, lo que vimos!
Todo
el mundo lo conocía como Urco, y la verdad es que cuando apareció
ante nuestros ojos lo entendimos enseguida. Si ese hombre hubiese
participado en el rodaje de “El planeta de los simios” no hubiese
necesitado maquillaje. Claro, directo, su frase preferida cuando
algún artillero hacía algo que no le cuadraba era: “Esteee...
¿Usted a qué aspira?” La primera respuesta que nos venía a la
cabeza era “Mire, a marcharme de aquí y no volver más”, pero
las Reales Ordenanzas Militares que nos enseñó La Tulipe
desaconsejaban tal réplica. Esto incluso el Titulcia lo entendió.
Urco era bajito y achaparrado, pero no tenía ni un gramo de grasa.
Todo era músculo. En cierta ocasión, Palacios, uno de los armeros,
le pidió un martillo.
- Mi
sargento primero, ¿me podría dejar un martillo? Es que aquí en
esta pared hay un clavo que sobresale y...
Urco
clavó su mirada en el clavo, enfocó, calculó mentalmente las coordenadas y
lanzó su puño poderoso de Mazinger Z contra el clavo enemigo, que
quedó hundido en la pared ante del asombro del armero.
- Esteee..
¿necesita alguna otra cosa, armero?
- ...N...n...no,
mi sar...gen...to pri...me...ro. Gra...ci...asss.
Antes
de su llegada, todo el mundo presumía de que lo sabían llevar muy
bien y que hacían lo que querían con él y que no tenían
problemas, sobre todo Culo de Vaso. Cuando llegó, Culo de Vaso y
todos los demás fuimos de puto culo. Era el puto amo. Esta expresión
aún no se usaba hace treinta años, pero Urco era el puto amo de la
batería. Luis XIV decía “El Estado soy yo”. Urco podría decir
“La Plana del Segundo soy yo”.
Por
aquellas épocas nos hicieron la prueba para elegir al furriel de
nuestro reemplazo. A los que habíamos marcado en los formularios del
CIR que sabíamos escribir a máquina (más o menos) nos ordenaron
mecanografiar un texto controlándonos el tiempo. Resultó ser que yo
fui el más rápido y el que hizo menos errores. El brigada
Felicísimo (SuperHappy para la tropa), jefe de la furrielería, me
comunicó solemnemente que yo sería el furriel de mi reemplazo,
pero como aún quedaban tres furrieles en activo, que cuando se
licenciara el bisabuelo me incorporaría a la oficina. Y que de
momento seguiría con las torturas de La Tulipe. Ante lo cual dije “gracias”, “a sus órdenes” y me
puse la gorra. Como se puede apreciar, el protocolo militar no tiene
grandes secretos.
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