A
los pocos días de estar por allí aparecieron unos tipos cuadrados,
fuertes, musculosos, machotes, de mucha vida, con bonitos uniformes
de los paracaidistas (paracas), la Legión, las COES... Eran los
captadores, que venían a ver cuántos incautos podían convencer
para que se enrolaran en sus respectivos cuerpos de élite. Se
exhibían en el Hogar del Soldado: enseñaban bolas -del brazo-,
marcaban paquete -de allí- e intentaban cazar a todos los
despistados que podían. Cazaron a unos cuantos, sí señor. De
nuestra compañía cayó uno, un pobre infeliz de Logroño que por
dos centímetros no se había librado de la mili. El hombre se apuntó
a las COES. Le habían prometido un año de emociones, un bonito
uniforme para encandilar a las nenas y una boina verde hecha a medida. Cuando el teniente se
enteró del enrolamiento del colega, le vino a decir que qué has
hecho, gilipollas, pero de una manera mucho más grosera. Los
captadores ya estaban lejos, de camino a otro CIR lleno de bajitos
con complejo de Cheguevara.
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