El
primer sábado que pasé en el CIR me cayó servicio de comedores.
Se trataba de poner y quitar platos, vasos, cubiertos, etcétera, en el inmenso comedor del CIR, que ocupaba dos naves de considerable tamaño. Y barrer y fregar dichas naves, por supuesto. Entré de servicio a las ocho de la mañana. Regresé a la compañía
a las once de la noche. A pesar de todo, no fue un trabajo excesivo,
ya que todo lo hicimos con mucha calma. Rompí un plato. Como ya
llevaba tres días allí y ya había comprobado que el sentido del humor no abundaba por aquellos barrios, me
pareció inadecuado informar de la novedad al inmediato superior. Así
que, sin que nadie me viera, me tomé la libertad de ir a por una escoba, recogí los restos
del caído y los eché en el cubo de la basura. En el despacho
del oficial responsable del comedor, Franco reinaba después de
muerto desde una foto inmensa colgada en la pared. No había a la
vista ninguna imagen del Rey, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas,
recordemos.
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