domingo, 8 de noviembre de 2015

Ráfaga 9

Primer contacto con la oficialidad: un grupo de presuntos -los que al llegar al CIR alegamos alguna tara física o mental- nos encontrábamos ante el pabellón de vestuario. El resto de la compañía, que eran normales, estaba dentro recogiendo la ropa militar. El teniente al mando de nuestra compañía, sentado en una sillita y recostado contra la pared del pabellón, en una postura muy poco marcial, propia del ejército de Pancho Villa (expresión de uso abusivo entre los militares españoles) nos observaba y musitaba:
- Así que ustedes han alegado. Bueno, no se preocupen. Como decía aquél, si no sirven para matar servirán para ser matados.
No diré que el teniente no tuviera razón, pero en caso de conflicto bélico, a no ser que pillara el último jeep para huir, él también lo iba a llevar bastante claro: más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, con barriguita cervecera, lo vimos siempre más tiempo sentado que de pie. Caminaba despacito, como mirando escaparates, y jamás lo vimos correr. El yayo brigada de Barcelona no era una excepción dentro de la tipología física del militar profesional medio español. Por cierto, en el cuartel, una vez en mi destino definitivo, había otro teniente conocido con el cariñoso y acertado apelativo “La albóngida con patas”. Ya hablaremos de él cuando corresponda.

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