Primer
contacto con la oficialidad: un grupo de presuntos -los que al llegar
al CIR alegamos alguna tara física o mental- nos encontrábamos ante
el pabellón de vestuario. El resto de la compañía, que eran
normales, estaba dentro recogiendo la ropa militar. El teniente al
mando de nuestra compañía, sentado en una sillita y recostado
contra la pared del pabellón, en una postura muy poco marcial, propia del ejército de Pancho Villa (expresión de uso abusivo entre los militares españoles) nos
observaba y musitaba:
-
Así que ustedes han alegado. Bueno, no se preocupen. Como decía
aquél, si no sirven para matar servirán para ser matados.
No
diré que el teniente no tuviera razón, pero en caso de conflicto
bélico, a no ser que pillara el último jeep para huir, él también
lo iba a llevar bastante claro: más cerca de los cincuenta que de los
cuarenta, con barriguita cervecera, lo vimos siempre más tiempo
sentado que de pie. Caminaba despacito, como mirando escaparates, y
jamás lo vimos correr. El yayo brigada de Barcelona no era una
excepción dentro de la tipología física del militar profesional
medio español. Por cierto, en el cuartel, una vez en mi destino
definitivo, había otro teniente conocido con el cariñoso y acertado apelativo
“La albóngida con patas”. Ya hablaremos de él cuando
corresponda.
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