viernes, 20 de noviembre de 2015

Ráfaga 19

En la compañía 34 había muchos voluntarios de Valladolid. Hacían un año y medio de mili, pero cerca de casa. Muchos obtendrían el pase de pernocta y dormirían en su casa cada noche. Un grupo de ellos cogieron un botijo y lo pintaron con símbolos fascistas: cru­ces gamadas, el víctor franquis­ta, Arriba España... En aquella época, Valladolid era uno de los feudos de los grupos fascistas juveniles, hasta el punto que a la ciudad se la llamaba Fachadolid. Llegó un veterano, el es­cribiente, y les clavó una bronca. Que el botijo era de todos y no tenían derecho a pintar nada sobre él. Y si tenían ideas políticas, se las guardaban. Allí nadie estaba para hacer campa­ña. Por fin apareció alguien sensato en aquel maremágnum. 
También había algunos reclutas que eran mineros. Eran de zonas próximas a León. Sólo harían el campamento y, una vez jurada bandera, se volverían a la mina. Nadie en la compa­ñía les cambiaba ese destino, por supuesto. 
En todas las compañías había torpes. En la nuestra, el torpe más torpe era el 63. Todo lo ha­cía mal, y tenía una dia­rrea mental considerable. Era el blanco de todas las bromas crueles de los veteranos más cabrones. Todos los reclutas nos indignábamos, pero nadie salía a defenderlo. No sólo eso, to­dos pensábamos que mientras se metieran con el 63 no se mete­rían con nosotros. La bonita camaradería militar. En una de las retretas se le asignó para el día siguiente el servicio de oficiales, es decir, mantener el lavabo bien limpio para que el teniente pudiera cagar a gusto. El 63 se hizo la picha un lío y contestó "Oficial de servicio", lo que hizo que el cabo primero Zopa se cuadrara y le saludara marcialmente. 
El 130 era ateo. Cuando hubo de rellenar el apartado "Religión" de la ficha personal, el 130 manifestó a uno de los veteranos que él era ateo y que qué debía poner ahí. Desde aquel momen­to, el 130 dejó de ser el 130 y pasó a ser El Ateo.


 

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