En
la compañía 34 había muchos voluntarios de Valladolid. Hacían un año y
medio de mili, pero cerca de casa. Muchos obtendrían el pase de
pernocta y dormirían en su casa cada noche. Un grupo de ellos cogieron
un botijo y lo pintaron con símbolos fascistas: cruces gamadas,
el víctor franquista, Arriba España... En aquella época, Valladolid era uno de los feudos de los grupos fascistas juveniles, hasta el punto que a la ciudad se la llamaba Fachadolid. Llegó un veterano, el
escribiente, y les clavó una bronca. Que el botijo era de todos
y no tenían derecho a pintar nada sobre él. Y si tenían ideas
políticas, se las guardaban. Allí nadie estaba para hacer campaña.
Por fin apareció alguien sensato en aquel maremágnum.
También había algunos reclutas que eran mineros. Eran de zonas
próximas a León. Sólo harían el campamento y, una vez jurada
bandera, se volverían a la mina. Nadie en la compañía les
cambiaba ese destino, por supuesto.
En
todas las compañías había torpes. En la nuestra, el torpe más
torpe era el 63. Todo lo hacía mal, y tenía una diarrea
mental considerable. Era el blanco de todas las bromas crueles de los
veteranos más cabrones. Todos los reclutas nos indignábamos, pero
nadie salía a defenderlo. No sólo eso, todos pensábamos que
mientras se metieran con el 63 no se meterían con nosotros. La
bonita camaradería militar. En una de las retretas se le asignó para el día siguiente el servicio de oficiales, es decir, mantener el lavabo bien limpio para que el teniente pudiera cagar a gusto. El 63 se hizo la picha un lío y contestó "Oficial de servicio", lo que hizo que el cabo primero Zopa se cuadrara y le saludara marcialmente.
El
130 era ateo. Cuando hubo de rellenar el apartado "Religión"
de la ficha personal, el 130 manifestó a uno de los veteranos que él
era ateo y que qué debía poner ahí. Desde aquel momento, el
130 dejó de ser el 130 y pasó a ser El Ateo.
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